6 de julio de 2013

Metétela en el orto

Me dice mi hermano, Walter Saavedra, que Quique Escande no se levantó esta mañana. Que sus crónicas ya no se leerán en EFE y que su asador de la calle Belgrano ya no echará humo para recibirnos a él, al Nene Panno, a Fabbri, a Guille Blanco, a Jaime. Quique cubrió juegos olímpicos, mundiales, campeonatos sudaméricanos y cuanto torneo lo convocara a poner su mirada aguda y su narración impecable. Además, fue docente avanzado y director de la Escuela de Periodismo Deportea. Allí, hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero. Aunque jamás me saldría como a él, porque Quique Escande era un gran contador de anécdotas, lo intentaré. En los '90, un alumno prendado del oleaje neoliberal estaba tomando una latita de gaseosas en plena clase. Además de tomar a sorbos, hacía un ruido lo suficientemente considerable para molestar al alumnado e incomodar a Quique, que hacía un culto de los silencios, como todo buen narrador. En un momento, el aprendiz que no iría a llegar a periodista, aprovechó una pausa, miró sobrador de costado y le preguntó al profesor Escande qué podía hacer con la latita. Quique calló lo suficiente hasta concitar la atención de toda la cátedra y le tiró con el barrio enarbolado, corriendo a la academia a un costado apenas por un instante. -Metétela en el orto, le dijo. Quique Escande era de Trenque Lauquen. El 11 de noviembre de 1878, desde ese lugar de la provincia de Buenos Aires, Julio Argentino Roca recibió un telegrama firmado por el Coronel Conrado Villegas. Uno de los asesinos del desierto le comunicaba que el Cacique Pincén, a sus 70 años, había sido capturado. Hay una foto que más que foto es una ignominia que recorre muchos de los libros escolares de historia. Allí se ve a un viejo ojeroso pero de mirada altiva, con una camisola casi hasta sus pies, acaso después de haber recibido las persuaciones civilatorias del ejército argentino. La captura del Cacique Pincén es el punto final de la resistencia de los pueblos originarios más acá de la Zanja de Alsina. Quique Escande tuvo en Trenque Lauquen una quinta que se llamaba “Doña Martina”. Martina Pincén de Cheuquelén contó pocas veces la detención de su abuelo, que la tuvo como testigo. Una de esas pocas veces se lo contó a Quique, con palabras que bien pudieron ser éstas: “Estábamos en el pueblo cuando llegó Villegas y el abuelo le pidió que no lo maten. O que, en todo caso, si lo iban a matar, que salvaran a su familia. Se lo llevaron...”. Después, Doña Martina alcanzó a quejarse del asfalto incipiente en el pueblo y algunas consideraciones más, siempre contra el falso progreso. No dijo más nada. Pero la nota que la nieta de Pincén le concedió a Quique Escande cuando ella era más vieja que su propio abuelo al ser capturado, resultó atractiva en la televisión de los ´60 en Buenos Aires. Fue así que Enrique, de la mano de esa entrevista pasó a trabajar en la televisión de la “gran ciudad”. Años después, hecho el enorme periodista que fue, Quique Escande volvió a su pago, compró una quinta y le puso “Doña Martina”, para que sepan los stopper de toda laya cómo se llevaba con la memoria y la hombría de bien. A Quique Escande lo apasionaban los trenes y la historia de los ferrocarriles. Estaba escribiendo un libro que no llegó a publicar, como sí lo hizo con la historia de Nolo Ferreyra o el Nuevo Gasómetro. Tres horas después de conocerlo, hace muchos años y una inolvidable noche, me ofreció dinero para que me comprara un vagón y viviera allí. Eso había hecho él en la Quinta “Doña Martina”, donde alojaba a los huéspedes en un viejo carguero de los históricos Ferrocarriles Argentinos, reconvertido en confortable hospedaje. Los que entienden mejor esto del periodismo lo despedirán recordando su currículum intachable, su relación con don Diego Lucero, sus notas puntillosas, sus clases magistrales. Lo mío será más humilde. Un agradecimiento eterno por los ratos vividos con Celia y mi familia en Trenque Lauquen, en Buenos Aires o en mí Santa Fe, como aquella vez que se vino a presentar mi libro de mocoso con pretenciones de escriba. Por eso digo hoy, en julio 6, deshinibido por las copas que tantas veces compartimos con Quique y lo diré para siempre hasta un día en que volvamos a vernos: vos, Dios, o quien fuere, a la muerte metétela en el orto.