7 de julio de 2011

Es el equipo del Narigón



Tengo un amigo que es científico. Mi amigo Negro me da cierto estatus de tipo popular. Mi amigo Judío me da el aspecto de un tipo popular pero no tanto como para juntarse con Luis D’elía. También tengo un amigo sacerdote. Esta última relación es interesada, porque entiendo que si me hago amigo de él no me va a querer empipar. Y en cuanto a mi amigo científico, me da estatus de ser un hombre culto.

Bueno, mi amigo científico –que se llama Pablo Bolcatto- me decía que aprendió de un profesor que en las discusiones donde uno más aprende, es donde uno pierde. Pues bien; sin rigor científico, me permitiré trasladar el concepto al fútbol. Podríamos decir que en los partidos donde más se aprende, es donde se pierde. Y si bien se puede afirmar que no necesariamente por eso no se aprende cuando se gana, es probable que esto pueda suceder.

Lo que quiero decir después de semejante introducción, es que la selección argentina necesitaría perder para mirarse para adentro y encontrar la razón que no tiene. Los éxitos tapan la cuestión de fondo. Basile, Maradona y Batista se parecen en algo: ninguno de los tres, aun con estilos distintos, pudo hacer jugar a este equipo. Lo cual nos permite suponer que, a lo mejor, no tenemos tal equipo, y que siquiera tenemos grandes invidividualidades.

La defensa argentina es mediocre. Está integrada por un tipo de 40 años que en 20 años de trayectoria inapelable no encontró reemplazo, por dos suplentes de sus equipos como zagueros centrales y por un lateral izquierdo que está porque no hay otro, ya que es muy pibe y no ha probado su idoneidad.

El famoso debate “por los tres cinco”, donde todos pensamos que no pueden jugar juntos menos Basile, Batista y Maradona, nos lleva a preguntarnos quién podría jugar por los costados. La respuesta es simple: no hay tantos nombres de fuste. Después, otra coincidencia general. El español Messi no está bien rodeado y nunca “tiene pase”, como dijo Grondona que siempre tiene razón porque si no capaz que aparecés en una zanja.

O sea, una cosa es que los jugadores valgan lo que dicen los empresarios que los venden y otra cosa es que jueguen por ese precio. Una cosa es que los veamos en compactos de la TV europea y otra que los veamos cada domingo 90 minutos. Quizás no sean tanto. Pero no es esta la discusión que quiero ganar o perder. En realidad, quiero discutir porqué nos ha sucedido lo que nos sucedió.

Yo buceo en las profundas aguas servidas del bilardismo iletrado. Creo que entre Bilardo – Pachamé – Niembro radica el eje del mal. Es más viejo que el fútbol que para jugar hay que entrar por afuera. Y Bilardo, que pregonaba la muerte del wing, que exterminó los laterales e inventó los laterales volantes, esos corredores maratonistas desmesurados en su despliegue y limitados en su proceder, fue el padre de la criatura que hoy creció y juega como juega.

Para defender la falacia, el régimen se valió de voceros bien rentados que fundamentaron lo que no tenía fundamento, a cambio de anteponerse como lo más importante del juego. Durante el menemismo ganaron fortunas para sostener el relato del éxito, de ganar a cualquier precio, de que el perdedor no sirve, todas grageas del veneno bilardista inyectado al fútbol.

Para refrendar que lo inmediato, lo descartable, lo reciclable vale más que un diez talentoso, se valieron de los torneos cortos, donde los entrenadores duran cuatro partidos y no tienen el tiempo de maduración suficiente. (De hecho, la mayoría de los DT consolidados en los últimos años lo han hecho fuera del país: Bauza, por citar un ejemplo).

Para lacerar al fútbol inventaron el tacticismo y su sustento dialéctico repetido por periodistas infames: el doble cinco, el lateral volante, el stopper, el cuarto volante, etc.
Para pertenecer, se lookearon como entrenadores antes de recibirse en una carrera que se estudia en la canchas de la vida. Primero se afeitaron, se cortaron el pelo, se pusieron saco y corbata, cuidaron el envase, la forma, la estética, y luego se encargaron, poco y nada, de la profundización del conocimiento, que irremediablemente lleva a las convicciones y a la rebeldía por imponerlas.

Los defensores del ginécologo dirán que salimos campeones del mundo con él. Y es cierto. Tanto como que ese fue el mal mayor. No el título, sino el relato devenido del mismo. Colgado de las bolas y el talento de un estupendo Diego Maradona en 1986, el bilardismo nos vendió el modo de jugar que durante años practicaron las inferiores que hoy produjeron esto que tenemos: jugadores que aprenden el juego esquivando conos y haciendo trabajos físicos y tácticos para después ser vendidos a un país de Europa del este.

O sea, Batista, Garré al frente de los juveniles, Brown al lado de Batista, no es más que el emergente de lo que esa gente nos dejó. El fútbol, con estos tipos, sigue pegado a la década del 90 como si el tiempo no hubiera transcurrido. Mientras, los que se copiaron del modelo argentino –el de la nuestra, no el implantado- no han sido otros que los españoles, ahora orondos campeones del mundo.

Anoche jugó Argentina y nos dejó un vacío terrible. El de ir a buscar algo que no nos negamos a asumir que no tenemos. Mi amigo el científico, mi amigo el negro, mi amigo el judío y mi amigo el cura, como yo y como muchos de nosotros, coincidimos plenamente aquí que necesitamos perder para volver a mirarnos para adentro, encontrarnos a la vuelta de las esquinas donde están los eternos laureles que supimos conseguir. A lo mejor se empieza perdiendo un torneo, tocando fondo, capitulando en la discusión.

1 comentario:

  1. Muy muy bueno, tanto el blog como el artículo. Este sorete neoliberal del fútbol, del uno a uno (un Maradona, un mundial), del "vale todo -lo que no vale-", se tendría que haber alejado del fútbol veinte años antes de decir que estaba veinte años adelantado, cuando en realidad estuvo veinte años en off side. U orsai, para ser correcto. Perdón por la excreción textual, pero son los bidones que todavía hacen efecto. Y a ver cuándo sacás "Gajos..." de nuevo, fiera, que hay gente que no tiene para leer.
    Gracias igual.

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