15 de julio de 2011

Ser Gardel



Quiero hablarles de mi ciudad, ante el advenimiento del partido de mañana. Y ojo, lo hago desde un lugar de abajo. Nada de creerse Gardel. Tengo sensaciones encontradas. Claro que me gusta que Argentina – Uruguay se juegue ahí, en el Cementerio de Elefantes. Claro que me gusta que la Copa esté en Santa Fe. Claro que me gusta que el fútbol se derrame al interior como una política de estado (la construcción de estadios es un ejemplo). Claro que me parece que la liga que hay entre Colón y el Uruguay da para escribir muchos ratos.

Claro que me gusta recordar partidos con Uruguay. Aquel del ’86, cuando adolescentes pensábamos que el fútbol era casi la patria. O aquellos que nacieron a la leyenda, como el del gol olímpico de Onzari (partido en el que jugaron los sabaleros Adolfo y Ernesto Celli), o el de la final del Mundial del 30, cuando hasta Gardel, que era burrero, se acercó al Centenario de Montevideo para alentar a sus amigos, que eran los jugadores de los dos equipos.

Claro que, ya que estamos con el Zorzal criollo, muchos se sienten Gardel por estos días. Claro que, como dice la calle, los músicos de Gardel, no necesariamente tocan como Gardel. Claro que mañana, cuando ruede la pelota, la nacionalidad de Gardel estará otra vez en juego en el clásico de las orillas del Plata. Claro que Gardel ni se va a enterar, porque no era futbolero y porque no se creía Gardel.

Pero la sensación encontrada de la que hablaba va por dos carriles. La primera es que veo a la ciudad “Cholula” de la selección como alguien que no está acostumbrado a vivir momentos así. Y es cierto que no abundan estos hechos futbolísticos en el pago. Tanto como que tomarse la cuestión tan a fondo nos deja como pajueranos, como si quisieran vendernos otro producto más sin que ofrezcamos nada de resistencia.

Y la otra, la más dolorosa, la que hace que si uno cuestiona al gobierno de la ciudad, por su particular modo de interpretar la Copa América, cualquiera salta como si uno fuera un pájaro de mal agüero (no el Kun) que no quiere fiestas cerca de su casa. El tema es que hay que decirlo, porque se ve, porque se siente, que cuando uno prepara la casa para las visitas, por más que quiera disimular, termina mostrando la casa que tiene, más parecida a “Mi Noche Triste” que al “camino de los sueños”.

La casa que a mí me duele es el barrio Fonavi pintado de un modo oprobioso, solamente donde enfocan las cámaras de televisión. La que me cala los huesos es la de Barrio Chalet o San Lorenzo, por donde desviamos los que conocemos los atajos para ir a Santo Tomé, hechas un barrial. La que me subleva es la de los pibes en los semáforos a 700 pesos con camiseta nacional en el pecho.

La casa que me duele es la que limpió el gobierno de Barletta como se toma todo lo profundo: con cosmética, con maquillaje, con voluntad de esconder lo que considera la mugre detrás de la alfombra que llaman “el oeste”. Así mira, así siente, así prepara la casa este municipio que “gestiona”, porque le gusta citar este noventista término para mostrar sus obras que huelen a negocios enormes.

Claro que quiero la Copa América en casa. Y que vendan más los comercios, los hoteles, el corredor turístico. Nadie podría ser tan necio de no quererlo. Pero alguien deberá mostrar la ciudad entera. Deberá pensar si se propaga más allá de los lugares de siempre cada peso que ingresa a la ciudad. Tendrá que ver que los millones que pusieron los gobiernos se derraman poquito.

Alguien deberá para la pelota. Alguien deberá reconstruir la historia. No la del Mundial del 30 y la final entre uruguayos y argentinos. No la del gol Olímpico. No la de México 86. Alguien deberá mirar con los ojos tristes de Villa Plastiquito, deberá rebelar los pelos chuzos de Santa Rosa de Lima, para recordarles a los que “gestionan” que Gardel ya vio Argentina y Uruguay, pero en la final del 30. Y que Gardel, lo que se dice Gardel, hubo uno solo.

10 de julio de 2011

Cien mangos al que va




Este miércoles, la Corriente Kirchnerista de Santa Fe nos convoca a ofrecer la charla "Fútbol y Política, dos pasiones argentinas". La misma tendrá lugar el mencionado día a las 20 en el predio de ex combatiente de Malvinas, sobre calle Pedro Víttori, donde hay un avión en la puerta.

La invitación sugiere algunas observaciones. La primera de todas, cómo puede ser que en Santa Fe haya una calle que se llame Pedro Víttori. A los que piensan que no es justo, esperen y ya verán con el tiempo que habrá otras peores, a las que llamarán Gustavo o Manuel Víttori.

La segunda es qué hace un avión en la puerta de la casa de los ex combatientes. Bueno, a tipos con semejante carácter yo no me animo a andar preguntando demasiado, pero al menos estemos tranquilos que no va a carreterar por el tema de las cenizas volcánicas.

Lo último, acaso lo más complejo y difícil de responder, cómo es posible que me inviten a mí a dar una charla. El tema es que yo no se demasiado de lo que hablo, pero trato de ser simpático, didáctico y tengo facilidad para pasarme al bando del que me refuta, de modo que el tipo se quede manso y tranquilo.

Por otra parte, hablaremos de fútbol y política. De fútbol habla el Profe Córdoba y de política habla Bonelli, así que no veo yo óbice alguno entonces para largarme a esas lides. Igualmente, la cosa pasará por la búsqueda del consenso, que es lo que en el fondo nos moviliza.

Para el final, dejo en claro que lo de los 100 mangos era joda, pero me lo sugirió Durán Barba para atraer con el título y hacerles leer la nota completa, a la vez que concurrir incautos como porteño a las urnas. Nos vemos el miércoles.

7 de julio de 2011

Es el equipo del Narigón



Tengo un amigo que es científico. Mi amigo Negro me da cierto estatus de tipo popular. Mi amigo Judío me da el aspecto de un tipo popular pero no tanto como para juntarse con Luis D’elía. También tengo un amigo sacerdote. Esta última relación es interesada, porque entiendo que si me hago amigo de él no me va a querer empipar. Y en cuanto a mi amigo científico, me da estatus de ser un hombre culto.

Bueno, mi amigo científico –que se llama Pablo Bolcatto- me decía que aprendió de un profesor que en las discusiones donde uno más aprende, es donde uno pierde. Pues bien; sin rigor científico, me permitiré trasladar el concepto al fútbol. Podríamos decir que en los partidos donde más se aprende, es donde se pierde. Y si bien se puede afirmar que no necesariamente por eso no se aprende cuando se gana, es probable que esto pueda suceder.

Lo que quiero decir después de semejante introducción, es que la selección argentina necesitaría perder para mirarse para adentro y encontrar la razón que no tiene. Los éxitos tapan la cuestión de fondo. Basile, Maradona y Batista se parecen en algo: ninguno de los tres, aun con estilos distintos, pudo hacer jugar a este equipo. Lo cual nos permite suponer que, a lo mejor, no tenemos tal equipo, y que siquiera tenemos grandes invidividualidades.

La defensa argentina es mediocre. Está integrada por un tipo de 40 años que en 20 años de trayectoria inapelable no encontró reemplazo, por dos suplentes de sus equipos como zagueros centrales y por un lateral izquierdo que está porque no hay otro, ya que es muy pibe y no ha probado su idoneidad.

El famoso debate “por los tres cinco”, donde todos pensamos que no pueden jugar juntos menos Basile, Batista y Maradona, nos lleva a preguntarnos quién podría jugar por los costados. La respuesta es simple: no hay tantos nombres de fuste. Después, otra coincidencia general. El español Messi no está bien rodeado y nunca “tiene pase”, como dijo Grondona que siempre tiene razón porque si no capaz que aparecés en una zanja.

O sea, una cosa es que los jugadores valgan lo que dicen los empresarios que los venden y otra cosa es que jueguen por ese precio. Una cosa es que los veamos en compactos de la TV europea y otra que los veamos cada domingo 90 minutos. Quizás no sean tanto. Pero no es esta la discusión que quiero ganar o perder. En realidad, quiero discutir porqué nos ha sucedido lo que nos sucedió.

Yo buceo en las profundas aguas servidas del bilardismo iletrado. Creo que entre Bilardo – Pachamé – Niembro radica el eje del mal. Es más viejo que el fútbol que para jugar hay que entrar por afuera. Y Bilardo, que pregonaba la muerte del wing, que exterminó los laterales e inventó los laterales volantes, esos corredores maratonistas desmesurados en su despliegue y limitados en su proceder, fue el padre de la criatura que hoy creció y juega como juega.

Para defender la falacia, el régimen se valió de voceros bien rentados que fundamentaron lo que no tenía fundamento, a cambio de anteponerse como lo más importante del juego. Durante el menemismo ganaron fortunas para sostener el relato del éxito, de ganar a cualquier precio, de que el perdedor no sirve, todas grageas del veneno bilardista inyectado al fútbol.

Para refrendar que lo inmediato, lo descartable, lo reciclable vale más que un diez talentoso, se valieron de los torneos cortos, donde los entrenadores duran cuatro partidos y no tienen el tiempo de maduración suficiente. (De hecho, la mayoría de los DT consolidados en los últimos años lo han hecho fuera del país: Bauza, por citar un ejemplo).

Para lacerar al fútbol inventaron el tacticismo y su sustento dialéctico repetido por periodistas infames: el doble cinco, el lateral volante, el stopper, el cuarto volante, etc.
Para pertenecer, se lookearon como entrenadores antes de recibirse en una carrera que se estudia en la canchas de la vida. Primero se afeitaron, se cortaron el pelo, se pusieron saco y corbata, cuidaron el envase, la forma, la estética, y luego se encargaron, poco y nada, de la profundización del conocimiento, que irremediablemente lleva a las convicciones y a la rebeldía por imponerlas.

Los defensores del ginécologo dirán que salimos campeones del mundo con él. Y es cierto. Tanto como que ese fue el mal mayor. No el título, sino el relato devenido del mismo. Colgado de las bolas y el talento de un estupendo Diego Maradona en 1986, el bilardismo nos vendió el modo de jugar que durante años practicaron las inferiores que hoy produjeron esto que tenemos: jugadores que aprenden el juego esquivando conos y haciendo trabajos físicos y tácticos para después ser vendidos a un país de Europa del este.

O sea, Batista, Garré al frente de los juveniles, Brown al lado de Batista, no es más que el emergente de lo que esa gente nos dejó. El fútbol, con estos tipos, sigue pegado a la década del 90 como si el tiempo no hubiera transcurrido. Mientras, los que se copiaron del modelo argentino –el de la nuestra, no el implantado- no han sido otros que los españoles, ahora orondos campeones del mundo.

Anoche jugó Argentina y nos dejó un vacío terrible. El de ir a buscar algo que no nos negamos a asumir que no tenemos. Mi amigo el científico, mi amigo el negro, mi amigo el judío y mi amigo el cura, como yo y como muchos de nosotros, coincidimos plenamente aquí que necesitamos perder para volver a mirarnos para adentro, encontrarnos a la vuelta de las esquinas donde están los eternos laureles que supimos conseguir. A lo mejor se empieza perdiendo un torneo, tocando fondo, capitulando en la discusión.

1 de julio de 2011

Ese varón argentino*


Pasado el histórico 17 de octubre de 1945, cuando el país se partía entre peronistas y gorilas, cuando el Barro gritaba que nunca más pusieran a Perón en la prisión de Martín García y el Asfalto pedía que lo volvieran preso, cuentan que un grupo de muchachos con el torso descubierto, de los que los del Barrio Norte llamaban despectivamente cabecitas negras,improvisó un partido de fútbol en el medio de la calle.

Así, con los arcos fabricados con las camisas sudorosas del trabajo hechas un bollito y con los zapatones acordonados de ir a la fábrica, con los pantalones arremangados hasta la tibia y meta pegarle a la pelota que, en realidad, no era un pelota, sino que se trataba de un sombrero paquete, o una galerita, de las que usaban los contreras.

Los hombres adultos, fornidos, bien torneados por la jornada laboral extensa, pateaban de lo lindo, como si fueran niños; veían volar el sombrero y gritaban ¡sin galera y sin bastón... los muchachos de Perón...!. Y no se fijaban en quien pasaba por allí porque en realidad sentían que eran ellos los que por primera vez estaban pasando por la historia.

Hasta que de pronto, dicen que el partido se vio interrumpido sin pitazo de ningún referí, cuando se apareció a los gritos un portavoz de los que nunca faltan, con un mensaje claro y que había que cumplir o cumplir: "muchachos... muchachos... dice el General que dejen de patear esa galera y se la manden conmigo, que es el sombrero de Braden".

Los cabecitas tomaron el esférico (bah, la galera), acataron la orden y devolvieron el tapacabezas del enviado del imperio en vísperas de las elecciones. Alguno pensó en escupirlo, pero con la viarazza que le habían dado ya era suficiente.

Entonces después, Perón, ya con el sombrero otra vez en la mano, contó como había ido a parar delante suyo ese trofeo que gustaba lucir su enemigo número uno. "Resulta que Braden -arrancó el General con su voz ronca- me vino a pedir que le diéramos en propiedad exclusiva a los Estados Unidos los bienes incautados a los japoneses y a los alemanes después de la guerra para, a cambio de eso, apoyarme en las elecciones.

Yo le dije que estos arreglos y combinaciones económico-financieros no son difíciles de hacer, pero que hay un grave problema para llevarlos a cabo. Braden me preguntó cuál era el problema. Yo le dije que por prudencia no se lo podía decir. Él insistió, y bueno; le dije que en mi país, al que se vende a una potencia extranjera se lo llama HIJO DE PUTA".

Dicen que Braden se enojó tanto que se fue y se olvidó el sombrero. En fin, por eso los muchachos armaron el partido. Y por eso Perón tuvo que ir a pedirlo. Y, como entonces no existían las cadeterías, mandarlo con un ordenanza derechito a la guarida de Braden, que quedaba justamente en la Embajada norteamericana.

Ahora, todos los días los cadetes del mismo imperio juegan su partido, solo que mutaron en otros nombres. En 1945 era Perón o Braden. Hoy sabemos que los forasteros, en sociedad política y comercial con cipayos que nunca faltan en el pago, quieren arreglar el campeonato para que gane Braden. Estén tranquilos, que un viento helado del sur nos susurra que hay miles de pingüinos dispuestos a volver a patearles la galera.

*En julio, primero, treinta y siete años después de la muerte del General

28 de junio de 2011

De River somos


Qué River se haya ido al descenso, dice mucho, claro, de cómo está River. Pero más dice del fútbol argentino y todo lo que lo envuelve: la dirigencia, la seguridad, la organización, los futbolistas, las inferiores, los arbitrajes, los torneos y, cómo no, el periodismo que lo cuenta.

El Flaco Menotti gustaba decir que debajo de las tribunas del monumental se esconde buena parte de los genes del fútbol argentino. Puede que sea cierto. Casi seguro que lo es. Pero -por citar términos de moda, Magnetto- las muestras han sido contaminadas y hasta que no se modifiquen las estructuras, el camino de salida queda lejos.

Ahí está River en la "B". Y que no digan los cara de Nelson Castro que no es un drama. El descenso es un drama. Es el drama menos importante de los dramas verdaderamente importantes. Pero un drama al fin. Ahora, ¿vieron el asco que da el Sub 17 al que dirige nada menos que Garré? ¿Vieron que todos los equipos hacen jugar a sus inferiores con dos líneas de cuatro?

¿Vieron que tenemos un torneo de viejos y de principiantes? ¿Vieron que los dirigentes son ricos y los clubes pobres? ¿Vieron que los chicos en lugar de aprender conceptos técnicos de manejo del balón aprenden números de sistemas tácticos como si se tratara de un repaso la guía teléfonica?

¿Vieron que los árbitros, por herencia noventista, cuando alcanzan la edad de maduración deben dejar porque ser viejo es tener 45 años? ¿Vieron que la policía que cuida las canchas es la que anda por la puerta de casa todos los días? ¿Vieron que los equipos venden a los pibes -frutos verdes- cuando recién salen del vientre de la madre?

Todo esto le pasó a River ahora, pero les viene pasando a todos los clubes desde hace varios años. Hace cuatro décadas, Dante Panzeri (uno de los pocos gorilas que queremos) dijo que al fútbol argentino le faltan tres cosas: dirigentes, decencia y wines. Pasó el tiempo y solo conseguimos agregar a la lista de carencias arqueros, laterales, mediocampistas y goleadores.

Parece que Panzeri dijo una antigüedad. Pero de eso se trata. Para jugar bien hay que ser antiguos. Cuando River abandonó a Moreno o Alonso, a Pedernera o Di Stéfano para convertirse en productor en serie de stoppers y carrileros, empezó a descender. Ahora solo lo cristalizó en la tabla. Ya se había ido antes, cuando traicionó sus principios.

Y nada más. Que de esto ya han opinado Rial, Lanata, Nelson Castro, Van der Kooy, Majul, Pasmann (creo que se escribe así), Fantino, Magadalena, Fernando Bravo, Rodríguez Larreta, Irene Hurtig, el Gordo Carrascosa,el dislexico Bonelli y tanta otra gente que lo hará seguramente mejor que este humilde morocho

26 de junio de 2011

La Leyenda de Colón

Anoche estuvimos en Colón, para la reinauguración del estadio. 25 mil personas para una puesta increíble. Cuando nos veníamos, desde el fondo de la mole de cemento, entre los recuerdos de los viejos tablones y mirando a la historia, alguien nos susurró esta leyenda...


Es 1905 y crece el nuevo siglo pero más crece el río sobre los márgenes de una ciudad de hijos de gesto adusto, de trabajo duro, de jornal difícil.
Es una noche de mayo, quizás porque es el mes de la patria, quizás porque lo que está por nacer es una patria pequeña, o simplemente porque los pibes eligen de sencillo y al azar lo que los hará verdaderamente felices.

Una luna contundente ilumina las aguas que ingresan sin cesar y un niño dormido tirita en el suburbio y convoca duendes protectores mientras ensaya un sueño magro. Más al sur, un fuego que quema pastizales le da una fisonomía brumosa a un arrabal donde algunos marineros hacen movimientos en el puerto a nombre del progreso.

Los hombres quieren que baje el río, las madres que se tuerza el destino y este mocoso de pelo chuzo y rodillas percudidas sueña que esa luna es una pelota enorme que mañana van a patear y patear con el resto de la muchachada de ese sitio que llaman “El Campito”.

De pronto, el espíritu fantástico convoca a la quietud cerca del puerto incipiente y habla con sabiduría de duende. Dice que el río se irá por su cauce pero que para que no vuelva con saña, el pibe que duerme, tirita y sueña, sus amigos y todos los pibes de la ciudad que crece con el siglo, deberán ganar terrenos sobre los andurriales para chutar pelotas redondas como aquella luna.

Dice que de ahí aprenderán el sacrificio para saber que no habrá agua que horade la piedra de la pasión en tanto estén dispuestos al empeño. Dice que no habrá fuego de pastizales que queme el sentimiento en tanto aparezcan siempre los bomberos del amor incondicional. Dice que ninguna noche apagará la luz de una ilusión encendida como ninguna.

Dice que un día vendrán gigantes en forma de elefantes y que no habrá que ahorrar todos los esfuerzos aprendidos para poder derribarlos.
Y dice que entonces, el fuego que no se apaga, la piedra que no se horada, la tierra de todos las rodillas de los pibes que quieren jugar, el agua que fluye desde el fondo del Salado y el aire brumoso que renueva las quimeras -todos elementos de la naturaleza sabalera- harán nacer la leyenda…

24 de junio de 2011

El presidente en la cancha


En 1906 el fútbol se llamaba Alumni y el presidente Figueroa Alcorta. En el interior empezaba a jugarse de la mano de la expansión de los ferrocarriles y en Buenos Aires ya estaba medianamente organizado, a partir de las ganas, pero también de la impronta, de los ingleses. A diferencia de los gringos italianos y españoles, los británicos eran una minoría en el Río de La Plata.

Pero -como en el mundo entero- una minoría influyente. El Alumni, equipo hijo del selecto English High School, dominaba los torneos locales y construía un estilo de juego que recién unos años después, con la irrupción de Racing y el primer equipo de criollos, se iría a modificar, dando paso a lo que el tablón llama “la nuestra”.

En aquellos tiempos, un día como hoy, se produjo el primer triunfo importante de un equipo argentino sobre un extranjero. Pero además, se produjo la primera capitalización de ese hecho deportivo por un político. Argentina le ganó 1 a 0 a Sudáfrica -cuya formación estaba plagada de ingleses- con la presencia del presidente de la Nación, el impopular José Figueroa Alcorta.

Dos años antes, Julio Roca había ido a la cancha. Fue el primer presidente de la nación en hacerlo. Pero el hombre de los billetes de cien pesos vio una derrota y Figueroa Alcorta un triunfo que se celebró hasta altas horas de la noche en los incipientes conventillos de los arrabales. Tanto a Roca como a Figueroa, antes de ir al estadio hubo que explicarle en detalle de que se trataba ese juego que comenzaba a invadir los suburbios.

El gol nuestro lo marcó Alfredo Brown, una de las figuras de Alumni. Y dicen las crónicas de época que el arquero argentino fue el mejor de esa cancha de Palermo donde había 10 mil espectadores. El presidente había asumido por la muerte de Manuel Quintana y, acaso con ojo de periodista de antaño (porque lo fue), acaso por consejos de sus asesores (que ya los había) fue al estadio y se llevó aplausos como no los había tenido en su gestión.

Figueroa Alcorta era cordobés y miembro en Buenos Aires de la Logia Bernardino Rivadavia. Además, tenía bigotes gruesos, escapados de la cara, amilicados y fieles a la época. Tenía cara de garca. Y como coherente actitud para con su rostro, era garca. Pudo jactarse de haber participado de los tres poderes del estado, en altos mandos. Presidente del Senado, de la Nación y Juez Supremo.

De los hermanos Brown, ya pocos hablan y del vasco Laforia, el golero que se atajó todo, mucho menos. De Figueroa Alcorta, se lo nombra en su biografía oficial como el hombre de la masonería que debió lidiar con los anarquistas (en su época Radowintsky ajustició a Falcón) y como el que propició el terreno para que Sáenz Peña impusiera el voto popular.

Además, tuvo el privilegio de celebrar el centenario de la patria. Por entonces, durante el fútbol del Centenario, el país era para unos pocos y el juego que hoy es el más popular, también. El año pasado, cuando festejamos el Bicentenario, todos debimos acordarnos un poquito de Figueroa Alcorta. Solo para decirle que un siglo después, todos los negros que no podíamos jugar sentimos que les robamos el fútbol a los garcas y que el país de la CrisPasión, así como el juego de la pelota, es un poquito más de todos.

23 de junio de 2011

Lágrimas de oro

Naturalmente que hoy, la derrota gayina en Córdoba se ha llevado el mayor centimetraje de los diarios, los mejores espacios radiales y el enfoque en primer plano de todas las cámaras. Pero ayer también perdió la categoría Huracán y quería resumir el momento del Globo en una instantánea que no fue tapa de los medios. Rolando Zárate, el fino Roly que no pudo revalidar sus pergaminos en Parque Patricios, con su cara desencajada de llanto, lloró por Masantonio y Tucho Méndez, por el Hueso Houseman y por Onzari.
Huracán, uno de los últimos reductos de una Buenos Aires Pro que conspira contra el pasado que la hizo grande, es un club de barrio. Y Roly Zárate, sin ser nacido en Huracán, lloró como un pibe amateur de los que se supieron forjar en las inferiores quemeras. El dolor del futbolista se potencia en tiempos en que los conspiradores de toda laya sospechan que detrás de cada partido hay un arreglo y detrás de cada jugador, un delincuente multimillonario.
Zárate tiene para no llorar. Fue campeón recién asomado a la primera de Vélez en el equipo que dirigía Bielsa. Jugó en Europa en equipos menores pero también participó tímidamente en el Real Madrid de Del Bosque, llegando a semifinales en la Copa del Rey y jugando esporádicamente en la Liga de Campeones. Se puso la celeste y blanca, estuvo en River, en México y también en Arabia Saudita. Antes de llegar a Huracán fue al Barcelona de Ecuador.
En el país del compañero Correa, a Zárate lo operaron de la columna y es probable que haya llorado menos que ayer, cuando le tocó perder la categoría. Hay quienes pretenden que el fútbol no es un drama. Y claro que no lo es. Pero el zapatero Sacchi dijo que era la cosa más importante de las menos importante y nadie ha podido demostrar lo contrario.
Hay jugadores que eligen una patada artera para irse antes al vestuario y justificarse luego ante la tribuna. Hay quienes se tapan la cara con la camiseta y quienes la emprenden buscando responsables que nunca son ellos. Y hay quienes, como el Roly Zárate, le muestran su llanto de hombre comprometido como una causa a todo el mundo. Es porque no tienen nada que ocultar y porque lo han dado todo.
El llanto de Zárate –que como han visto tiene chequera y palmarés-  fue una reivindicación de los barrio contra barrio, una señal de que existen todavía los que, por sobre todas las cosas, solo quieren jugar; un grito en la concurrida soledad de los que seguimos pensando que el fútbol tiene recovecos para que los que llevan sangre amateur se filtren para ser la semilla que escriba un tiempo distinto por venir.

La patria en un gol*

El gol de Grillo a los ingleses fue el 14 de mayo de 1957. (fue en 1953, corregido, gracias a los amigos de la Corriente K) Fue un bonito gol. Un muy buen gol. Y punto. El que lo agigantó fue el tiempo. Con los años Grillo desbordó a más ingleses, levantó la cabeza, se mofó de los zagueros y la metió desde un ángulo imposible. En los viejos videos –sin ánimo de parecer un Sanfilippo- consta que no es tan así.

Pero además, las circunstancias históricas no eran las mismas. Cuando Grillito la metió para que cerraran sus bocazas lo de la Albión, no hacía tan poco que los genocidas del proceso nos habían llevado a la guerra de Malvinas. Y además, por sobre todas las cosas, aun cuando muchos juran haber estado allí, el Fútbol para Todos en la tele no existía y no tantos vieron ese gol.

Por eso, para hablar seriamente de goles a los ingleses, hay que hablar del que hoy se cumplen 25 años. Del de la Mano de Dios, claro. Pero más del mejor de la historia de los mundiales. Del de Diego Maradona a los piratas, para sacarlos del Mundial, para que nos devuelvan las islas un ratito, para que sepan de una vez por todas que los criollos, de ese juego que ellos trajeron, aprendieron corregido y aumentado.

Jorge Hoffmann, un amigo que trabaja como candidato a vicegobernador de Santa Fe, ha tenido una buena idea de campaña. Le pregunta a la gente cómo estaba hace 8 años, para que sientan en carne propia el fenómeno transformador del kirchnerismo. Yo tengo una idea. Una idea copiada a Jorge. Te pregunto a vos, ¿cómo y dónde estabas aquel 22 de junio de 1986?

Yo estaba en lo de unos amigos, adolescentes todos, y aún sin formación política, todos sabíamos que ese día nos jugábamos algo importante; mucho más que lo que se juega en un partido de fútbol. No era iluminismo chauvinista ni visiones superiores. Era saberlo nada más. Y nada menos.

Cuando Diego avanzó desde el centro del campo mexicano hacia la eternidad, gambeteando ingleses como muñequitos, lo estaba haciendo por todos los pibes pobres de América. Diego y nosotros no lo pensábamos, no lo elaborábamos ni lo racionalizábamos, pero –repito- por un extraño designio, lo sabíamos. Con el tiempo le pusimos palabras a eso que nos estaba naciendo desde el fondo de un partido de fútbol.

Le pusimos Patria, exageradamente patria. Le pusimos una connotación que no me vengan a decir ahora, cuando miro en el espejo tratando de encontrar al adolescente aquel, que un partido no la tiene. Le pusimos contenido a nuestro sentimiento futbolero para llevarlo hecho metáfora a todas partes o para entender las partes del todo. Y, por encima de todo eso, fuimos verdaderamente felices. Lo dijimos muchas veces pero nunca está de más: GRACIAS DIEGO! Y ahora, vos, decíme dónde y cómo estabas?

*Se escribió sobre la noche del 22, pero se subió ya en el nuevo día

21 de junio de 2011

Marcelo, agachate y conocelo


Hoy nace este blog. Con el frío de otro invierno y la llama del anuncio de la reelección de Cristina. Aquí hablaremos del fútbol como juego, como hecho cultural, como deporte, como pasión, pero sobre todas las cosas como hecho político. Es pretencioso, pero lo intentaremos. Para el estreno, nos hemos reservado un nombre que más que un nombre es un apodo y más que un apodo es un grano en el ojete del Fútbol para Todos.

Un advenimiento debe ser un motivo de alegría. Por eso, he pasado algunas horas pensando si es justo que el primer post (digo, para familiarizarme con el lenguaje bloggero) debe hacer mención a un tipo que está ligado a los más profundo de nuestras tristezas futboleras. Y políticas, porque ya dijimos que el fútbol es un hecho político.

El tipo en cuestión es Lázaro Jaime Zilberman, alias “Marcelo Araujo”. Yo lo recuerdo muy bien a este bilardista de la vida. Es el que cuando nos cagábamos de hambre y el país se vendía a los peores postores, durante el menemismo, se nos burlaba en la cara jetoneando en las transmisiones “…hoy brindamos con champagne, Chiche”, para congraciarse con la mujer del responsable de las muertes de Kosteky y Santillán.

Es –vaya paradoja del fútbol para todos- el que representó durante 15 años el monopolio del gol, como cara visible del programa que no permitía que viéramos los goles hasta las 12 de la noche del domingo y que al interior le ofrecía –siempre de modo burlón- un compacto de 15 segundos por fecha.

Es el que denostaba a los jugadores extranjeros. “Negros”, “paraguas”, “bolitas”, “camisinhas” gustaba de llamar a los hinchas y futbolistas de países vecinos. Es el que verdugueaba a sus compañeros de trabajo de un modo humillante. Es el que iba a la cancha con custodia y con vidrios polarizados por eso que había aprendido de su amigo Menem: no mirarle jamás la cara a la gente de a pie.

Es el que reivindica al menemismo como modernizador del pensamiento peronista y el que tarareó con Macri en un inglés de mierda un festejo bien Pro el día que Mauricio hizo llorar muerto a Fredy Mercury. Es el que escribió después del Mundial 78 que el triunfo “fue el milagro argentino. Su organización lograda contra los presagios, sorprendió al mundo. Se disolvía el prejuicio que traían los colegas extranjeros merced a la insidiosa propaganda de las organizaciones subversivas”

Ahora a Lázaro, como su homónimo de Betania, le ha llegado el momento de resucitar. Esta gagá y se equivoca sistemáticamente con los nombres de los jugadores. Desconoce a los players (así los llamaba él) como perro que se está quedando ciego. La edad, como al padre de Piero, se le vino encima sin carnaval ni comparsa.

Alguien debería hacer justicia. No digo impedirle que trabaje, como hacía él cuando era amo y señor del fútbol televisado, pero al menos que lo empiecen a llamar por su nombre; o por su apodo. Que le digan Lázaro. Jaime. Zilberman. Marcelo. Araujo. Que lo llamen con apelativos que hagan mención a la pérdida de su gola o a su decadencia inevitable, para que sienta en carne propia el trato que supo prodigar. (esto sí que no es nada cristiano).

Que lo llamen como quieran, pero relator del pueblo no. El pueblo es algo que la señora que encendió la llama de la reelección hoy, para calentar el frío invierno, ha revalorizado de modo tal que no lo podrán mancillar nunca más los que se colaron en la foto, los que (gracias Marziali) se comieron todo con las manos sucias de la indignidad. El pueblo somos nosotros, esperando un Nestornauta futbolero que mande bajar el cuadro del tirano del gol. El pueblo futbolero está esperando que le digan “proceda”.