1 de julio de 2011

Ese varón argentino*


Pasado el histórico 17 de octubre de 1945, cuando el país se partía entre peronistas y gorilas, cuando el Barro gritaba que nunca más pusieran a Perón en la prisión de Martín García y el Asfalto pedía que lo volvieran preso, cuentan que un grupo de muchachos con el torso descubierto, de los que los del Barrio Norte llamaban despectivamente cabecitas negras,improvisó un partido de fútbol en el medio de la calle.

Así, con los arcos fabricados con las camisas sudorosas del trabajo hechas un bollito y con los zapatones acordonados de ir a la fábrica, con los pantalones arremangados hasta la tibia y meta pegarle a la pelota que, en realidad, no era un pelota, sino que se trataba de un sombrero paquete, o una galerita, de las que usaban los contreras.

Los hombres adultos, fornidos, bien torneados por la jornada laboral extensa, pateaban de lo lindo, como si fueran niños; veían volar el sombrero y gritaban ¡sin galera y sin bastón... los muchachos de Perón...!. Y no se fijaban en quien pasaba por allí porque en realidad sentían que eran ellos los que por primera vez estaban pasando por la historia.

Hasta que de pronto, dicen que el partido se vio interrumpido sin pitazo de ningún referí, cuando se apareció a los gritos un portavoz de los que nunca faltan, con un mensaje claro y que había que cumplir o cumplir: "muchachos... muchachos... dice el General que dejen de patear esa galera y se la manden conmigo, que es el sombrero de Braden".

Los cabecitas tomaron el esférico (bah, la galera), acataron la orden y devolvieron el tapacabezas del enviado del imperio en vísperas de las elecciones. Alguno pensó en escupirlo, pero con la viarazza que le habían dado ya era suficiente.

Entonces después, Perón, ya con el sombrero otra vez en la mano, contó como había ido a parar delante suyo ese trofeo que gustaba lucir su enemigo número uno. "Resulta que Braden -arrancó el General con su voz ronca- me vino a pedir que le diéramos en propiedad exclusiva a los Estados Unidos los bienes incautados a los japoneses y a los alemanes después de la guerra para, a cambio de eso, apoyarme en las elecciones.

Yo le dije que estos arreglos y combinaciones económico-financieros no son difíciles de hacer, pero que hay un grave problema para llevarlos a cabo. Braden me preguntó cuál era el problema. Yo le dije que por prudencia no se lo podía decir. Él insistió, y bueno; le dije que en mi país, al que se vende a una potencia extranjera se lo llama HIJO DE PUTA".

Dicen que Braden se enojó tanto que se fue y se olvidó el sombrero. En fin, por eso los muchachos armaron el partido. Y por eso Perón tuvo que ir a pedirlo. Y, como entonces no existían las cadeterías, mandarlo con un ordenanza derechito a la guarida de Braden, que quedaba justamente en la Embajada norteamericana.

Ahora, todos los días los cadetes del mismo imperio juegan su partido, solo que mutaron en otros nombres. En 1945 era Perón o Braden. Hoy sabemos que los forasteros, en sociedad política y comercial con cipayos que nunca faltan en el pago, quieren arreglar el campeonato para que gane Braden. Estén tranquilos, que un viento helado del sur nos susurra que hay miles de pingüinos dispuestos a volver a patearles la galera.

*En julio, primero, treinta y siete años después de la muerte del General

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