15 de julio de 2011
Ser Gardel
Quiero hablarles de mi ciudad, ante el advenimiento del partido de mañana. Y ojo, lo hago desde un lugar de abajo. Nada de creerse Gardel. Tengo sensaciones encontradas. Claro que me gusta que Argentina – Uruguay se juegue ahí, en el Cementerio de Elefantes. Claro que me gusta que la Copa esté en Santa Fe. Claro que me gusta que el fútbol se derrame al interior como una política de estado (la construcción de estadios es un ejemplo). Claro que me parece que la liga que hay entre Colón y el Uruguay da para escribir muchos ratos.
Claro que me gusta recordar partidos con Uruguay. Aquel del ’86, cuando adolescentes pensábamos que el fútbol era casi la patria. O aquellos que nacieron a la leyenda, como el del gol olímpico de Onzari (partido en el que jugaron los sabaleros Adolfo y Ernesto Celli), o el de la final del Mundial del 30, cuando hasta Gardel, que era burrero, se acercó al Centenario de Montevideo para alentar a sus amigos, que eran los jugadores de los dos equipos.
Claro que, ya que estamos con el Zorzal criollo, muchos se sienten Gardel por estos días. Claro que, como dice la calle, los músicos de Gardel, no necesariamente tocan como Gardel. Claro que mañana, cuando ruede la pelota, la nacionalidad de Gardel estará otra vez en juego en el clásico de las orillas del Plata. Claro que Gardel ni se va a enterar, porque no era futbolero y porque no se creía Gardel.
Pero la sensación encontrada de la que hablaba va por dos carriles. La primera es que veo a la ciudad “Cholula” de la selección como alguien que no está acostumbrado a vivir momentos así. Y es cierto que no abundan estos hechos futbolísticos en el pago. Tanto como que tomarse la cuestión tan a fondo nos deja como pajueranos, como si quisieran vendernos otro producto más sin que ofrezcamos nada de resistencia.
Y la otra, la más dolorosa, la que hace que si uno cuestiona al gobierno de la ciudad, por su particular modo de interpretar la Copa América, cualquiera salta como si uno fuera un pájaro de mal agüero (no el Kun) que no quiere fiestas cerca de su casa. El tema es que hay que decirlo, porque se ve, porque se siente, que cuando uno prepara la casa para las visitas, por más que quiera disimular, termina mostrando la casa que tiene, más parecida a “Mi Noche Triste” que al “camino de los sueños”.
La casa que a mí me duele es el barrio Fonavi pintado de un modo oprobioso, solamente donde enfocan las cámaras de televisión. La que me cala los huesos es la de Barrio Chalet o San Lorenzo, por donde desviamos los que conocemos los atajos para ir a Santo Tomé, hechas un barrial. La que me subleva es la de los pibes en los semáforos a 700 pesos con camiseta nacional en el pecho.
La casa que me duele es la que limpió el gobierno de Barletta como se toma todo lo profundo: con cosmética, con maquillaje, con voluntad de esconder lo que considera la mugre detrás de la alfombra que llaman “el oeste”. Así mira, así siente, así prepara la casa este municipio que “gestiona”, porque le gusta citar este noventista término para mostrar sus obras que huelen a negocios enormes.
Claro que quiero la Copa América en casa. Y que vendan más los comercios, los hoteles, el corredor turístico. Nadie podría ser tan necio de no quererlo. Pero alguien deberá mostrar la ciudad entera. Deberá pensar si se propaga más allá de los lugares de siempre cada peso que ingresa a la ciudad. Tendrá que ver que los millones que pusieron los gobiernos se derraman poquito.
Alguien deberá para la pelota. Alguien deberá reconstruir la historia. No la del Mundial del 30 y la final entre uruguayos y argentinos. No la del gol Olímpico. No la de México 86. Alguien deberá mirar con los ojos tristes de Villa Plastiquito, deberá rebelar los pelos chuzos de Santa Rosa de Lima, para recordarles a los que “gestionan” que Gardel ya vio Argentina y Uruguay, pero en la final del 30. Y que Gardel, lo que se dice Gardel, hubo uno solo.
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Doctor Cherep: A mi me pasa, lo mismo que a usted (Elabas(
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