26 de junio de 2011

La Leyenda de Colón

Anoche estuvimos en Colón, para la reinauguración del estadio. 25 mil personas para una puesta increíble. Cuando nos veníamos, desde el fondo de la mole de cemento, entre los recuerdos de los viejos tablones y mirando a la historia, alguien nos susurró esta leyenda...


Es 1905 y crece el nuevo siglo pero más crece el río sobre los márgenes de una ciudad de hijos de gesto adusto, de trabajo duro, de jornal difícil.
Es una noche de mayo, quizás porque es el mes de la patria, quizás porque lo que está por nacer es una patria pequeña, o simplemente porque los pibes eligen de sencillo y al azar lo que los hará verdaderamente felices.

Una luna contundente ilumina las aguas que ingresan sin cesar y un niño dormido tirita en el suburbio y convoca duendes protectores mientras ensaya un sueño magro. Más al sur, un fuego que quema pastizales le da una fisonomía brumosa a un arrabal donde algunos marineros hacen movimientos en el puerto a nombre del progreso.

Los hombres quieren que baje el río, las madres que se tuerza el destino y este mocoso de pelo chuzo y rodillas percudidas sueña que esa luna es una pelota enorme que mañana van a patear y patear con el resto de la muchachada de ese sitio que llaman “El Campito”.

De pronto, el espíritu fantástico convoca a la quietud cerca del puerto incipiente y habla con sabiduría de duende. Dice que el río se irá por su cauce pero que para que no vuelva con saña, el pibe que duerme, tirita y sueña, sus amigos y todos los pibes de la ciudad que crece con el siglo, deberán ganar terrenos sobre los andurriales para chutar pelotas redondas como aquella luna.

Dice que de ahí aprenderán el sacrificio para saber que no habrá agua que horade la piedra de la pasión en tanto estén dispuestos al empeño. Dice que no habrá fuego de pastizales que queme el sentimiento en tanto aparezcan siempre los bomberos del amor incondicional. Dice que ninguna noche apagará la luz de una ilusión encendida como ninguna.

Dice que un día vendrán gigantes en forma de elefantes y que no habrá que ahorrar todos los esfuerzos aprendidos para poder derribarlos.
Y dice que entonces, el fuego que no se apaga, la piedra que no se horada, la tierra de todos las rodillas de los pibes que quieren jugar, el agua que fluye desde el fondo del Salado y el aire brumoso que renueva las quimeras -todos elementos de la naturaleza sabalera- harán nacer la leyenda…

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