Naturalmente que hoy, la derrota gayina en Córdoba se ha llevado el mayor centimetraje de los diarios, los mejores espacios radiales y el enfoque en primer plano de todas las cámaras. Pero ayer también perdió la categoría Huracán y quería resumir el momento del Globo en una instantánea que no fue tapa de los medios. Rolando Zárate, el fino Roly que no pudo revalidar sus pergaminos en Parque Patricios, con su cara desencajada de llanto, lloró por Masantonio y Tucho Méndez, por el Hueso Houseman y por Onzari.
Huracán, uno de los últimos reductos de una Buenos Aires Pro que conspira contra el pasado que la hizo grande, es un club de barrio. Y Roly Zárate, sin ser nacido en Huracán, lloró como un pibe amateur de los que se supieron forjar en las inferiores quemeras. El dolor del futbolista se potencia en tiempos en que los conspiradores de toda laya sospechan que detrás de cada partido hay un arreglo y detrás de cada jugador, un delincuente multimillonario.
Zárate tiene para no llorar. Fue campeón recién asomado a la primera de Vélez en el equipo que dirigía Bielsa. Jugó en Europa en equipos menores pero también participó tímidamente en el Real Madrid de Del Bosque, llegando a semifinales en la Copa del Rey y jugando esporádicamente en la Liga de Campeones. Se puso la celeste y blanca, estuvo en River, en México y también en Arabia Saudita. Antes de llegar a Huracán fue al Barcelona de Ecuador.
En el país del compañero Correa, a Zárate lo operaron de la columna y es probable que haya llorado menos que ayer, cuando le tocó perder la categoría. Hay quienes pretenden que el fútbol no es un drama. Y claro que no lo es. Pero el zapatero Sacchi dijo que era la cosa más importante de las menos importante y nadie ha podido demostrar lo contrario.
Hay jugadores que eligen una patada artera para irse antes al vestuario y justificarse luego ante la tribuna. Hay quienes se tapan la cara con la camiseta y quienes la emprenden buscando responsables que nunca son ellos. Y hay quienes, como el Roly Zárate, le muestran su llanto de hombre comprometido como una causa a todo el mundo. Es porque no tienen nada que ocultar y porque lo han dado todo.
El llanto de Zárate –que como han visto tiene chequera y palmarés- fue una reivindicación de los barrio contra barrio, una señal de que existen todavía los que, por sobre todas las cosas, solo quieren jugar; un grito en la concurrida soledad de los que seguimos pensando que el fútbol tiene recovecos para que los que llevan sangre amateur se filtren para ser la semilla que escriba un tiempo distinto por venir.
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