14 de julio de 2014

Y al fin andar sin pensamiento

Tuvimos la gloria ahí, entre las manos. Se hizo agua, es escabulló y ahora no hay explicaciones posibles. Apenas un descargo dolorido, un pincelazo al vacío de lo que pudo haber sido y deberá esperar. Seguir esperando.



Matías, el hijo de mi amigo Jorge, vive en Berlín. Gitanea, hace changas, vive con todo lo que se necesita para vivir cuando uno es joven. Y además corre sus aventuras. Por ejemplo, le gusta procurarse algunas sobras de la basura. No cualquier basura. Basura alemana. El otro día Jorge me contó que Matías le escribió entre extasiado y azorado. “Papá, estoy fenómeno. Este mes no necesito usar la extensión de la tarjeta. Acá, anoche, revolviendo un container encontré caviar. Y en buen estado”.

Estoy en Humahuaca, tres horas antes del partido. En el camino que va desde Tilcara, las construcciones de un adobe ancestral no se distinguen de las montañas de la Quebrada, sino que son parte de la misma. Están hechas del mismo barro y la misma piedra. Por Uquía, todas tienen una bandera celeste y blanca, como si en un lugar de colores ocres, el vivo del celeste y blanco fuese no solo un contraste sino una esperanza de una alegría superior, una de esas que el fútbol solo es capaz de prodigar.

En las callecitas angostas, bellas, cruzas de estilos indios y español, se ofrecen menús del día, artesanías y silencios sabihondos. Algunos niños de pelo chuzo, de mirada seria, de sonrisa escasa, persiguen a los turistas y les cantan coplas. Al final piden una propina que es bien ganada. Pues bien; yo quería ganarle a los alemanes porque pienso que los que tienen para tirar caviar a la basura no han de ponerse tan tristes por una derrota y que nosotros sabemos mitigar mucho dolor cuando gana nuestro equipo.

Me dirán que soy pueril o resentido. O algo de las dos cosas. O que el fútbol, más que mitigar dolores, encubre problemas mayores. Puras pavadas. Esos niños de caritas sin infancia, vos y yo sabemos bien del resto de los problemas. Pero cuando juega la selección queremos ser campeones del mundo. Queremos tocar el cielo con las manos. Queremos perpetuar esos ratos que sentimos como rasgos de identidad. En todo caso, queremos soñar con que los problemas mayores se sortean si jugamos en equipo. O como este equipo.

Ahora se nos vino la noche, en todo sentido. Oscureció y tenemos las manos vacías. Veo a los alemanes festejando y siento que no me equivoqué. Lo hacen con la misma naturalidad con que van a la oficina, abren un comercio o... te ganan una final en el segundo tiempo del suplementario. Eso es lo que los distingue. Hacen una rutina de lo que para nosotros es una gesta heroica. Son capaces de sostener la concentración las 24 horas del día los 365 días del año. No juegan al fútbol como robots. Son robots que juegan al fútbol.

Por la televisión, un relator exagera cargando las tintas sobre el árbitro. Amenaza con entrar a la cancha a ajusticiarlo si les da un penal a los alemanes, porque ya no nos ha dado uno a nosotros. La realidad es que el árbitro no falló tres mano a mano, sino que fueron nuestros delanteros, los que antes del Mundial garantizaban lo que luego no garantizaron: goles. Al contrario de la defensa, que garantizaba goles (en contra) y sin embargo funcionó como nadie imaginaba. Cosas del fútbol, dice la frase hecha. Cosas tan del fútbol como que te ganen los alemanes sobre la hora.

Seguro que no sirve detenerse en algunos detalles. Los que a la medianoche, por televisión y con el mismo desodorante con el que se levantaron a la mañana, destruyen a Messi, a Sabella y al equipo, tienen mala leche. Todos vimos que Lavezzi estaba para seguir, o que el Kun no tuvo un buen mundial y no merecía tantos minutos en cancha. Del mismo modo que solo Sabella -y no nosotros- confió en Rojo, en Enzo Pérez, en Garay o en Romero y no se equivocó. Desde la silla eléctrica que es el banco de suplentes, se acierta y se erra.

Mano a mano con el arquero también. Y la diferencia, la busquen donde la busquen, estuvo allí, en las áreas, donde se ganan o se pierden los partidos. (Si es con Alemania, donde se pierden). Goetze dominó con el pecho y en el mismo movimiento acomodó su cuerpo y el balón para definir. Y definió. Palacios dominó con el pecho, la tiró larga y, como consecuencia de haberla acomodado mal, definió aún peor. Esa puede ser una de las claves para entender lo que quizás es mucho más sencillo de explicar que los tratados de sociología, psicología y psiquiatría que empiezan a aparecer en los diarios de esta puta mañana.

También es verdad que todos esperábamos más de Messi en el tramo decisivo. Más participación y más protagonismo. Él también. Su cara, al recibir el premio del mejor jugador del mundial que no fue, decía más que sus lagunas en el campo de juego. A su favor, no fue abastecido y, cuando le tocó ser abastecedor, pocas veces encontró eco en sus vecinos del ataque. En su contra, la sombra de Maradona le exige a la selección un líder más rebelde que él definitivamente no es, aún cuando no tiene porqué serlo.


Le voy a preguntar a mi amigo Jorge si consultó a su hijo Matías sobre qué hicieron los alemanes hoy cuando se levantaron. Quizás el pibe los espió mientras hurgaba en los container, como se iban a trabajar, al banco, a la oficina, a la escuela, como si nada, tras haber cumplido con la rutina. Suerte la de ellos poder vivir así. Nosotros no podríamos. Latinos, viscerales, mascheranos, apasionados, no pudimos conciliar el sueño. Ni el sueño reparador ni, lo que es peor, el sueño mundialista. Esperemos cuatro años, dicen los más racionales. Métanse la racionalidad en el culo, decimos nosotros.

9 de julio de 2014

El equipo de Masche a la final donde lo espera el equipo de Messi

Con el alma apuntalando al físico cuando las piernas se negaban a responder, con inteligencia y coraje cuando el fútbol no aparecía, Argentina está en la final. Demostró y se demostró que no hay imposibles. ¿Será...?



Hay una verdad que conviene marcar ahora, con las copas demás de la histórica clasificación a la final del Mundial. Todos los futboleros argentinos queríamos ver el equipo de Messi y terminamos viendo el equipo de Mascherano. Esto es decir, el mameluco en lugar del frac. Pero el gran mérito de Sabella -del equipo- es haber convertido eso en una virtud. Y con Holanda se notó. Amañado Lío por el ejército de Van Gaal (o no me diga usted que Van Gall no parece un jerarca prusiano más que un entrenador), entonces apareció la estrategia llevada al campo de juego con Masche como bandera.

Una de las tantas preguntas que se le hacían al entrenador antes de la competencia era cómo iba a afrontar situaciones en las que Messi no esté, o sea anulado. Hoy dio la respuesta. Cuando el ajedrez le gana a la espontaneidad, cuando los espacios se reducen a nada, hay que tener inteligencia, concentración y paciencia. Es cierto que para un espectador neutral no son los mejores partidos para ver. Tanto como que Argentina juega lo mejor que puede y no todo lo que quiere y para eso intervienen diversos factores, entre ellos uno que suele no considerase en ningún análisis: que el rival juega.

Y a veces, como sucede con equipos como Holanda, el rival juega a no dejar jugar. En la parte que le tocaba (anular a Robben), la selección tampoco dejó jugar. En el dominio psicológico del partido, más allá de que las computadores dieron predominancia de tenencia a los naranja, Argentina también se impuso. Se notó en Sneijder marcando a Messi o a Enzo Pérez pero también en el respeto rayano al temor que demostró. En ese contexto, no hubo margen para llenar los ojos, pero si para fortalecer el andamiaje colectivo por encima de la individualidad. O sea, para contestar que se puede jugar con Messi derrotado por la marca.

¿Qué si la taba de los penales salía culo hubiésemos cambiado el concepto? Seguro que no. Es lo que venimos diciendo desde el inicio del Mundial. Que se puede, que los exámenes aprobados fortalecen lo anímico. Que lo anímico sirve para suplantar un físico que seguro estará más deteriorado que el de los alemanes (Sabella apuntó que jugaron menos tiempo y descansan un día más). Que la defensa crece y lleva más de 300 minutos sin sufrir goles. Que Mascherano es un guerrero contagioso. Que los penales son cuestión de suerte pero también se ganan con la cabeza. Que el espíritu amateur de este equipo es conmovedor.

Para el final, quedará volver al principio. Hay colectivo por sobre las individualidades y jugamos como Mascherano y no como Messi. Pero para ganar los encuentros que te ponen en la historia, se necesita de las grandes individualidades. Y Messi lo sabe. Sabe perfectamente que necesita jugar el partido que lo bese con la gloria. Sabe que su ángel nos puso en octavos de final. Que dio la cara por el equipo cuando el equipo lo necesitó y que el equipo dio la cara por él cuando hizo falta. Ahora debe estar esperando el domingo para demostrar que el equipo de Mascherano puede ser el equipo de Messi. El juego donde encuentre los resquicios para rebelarse contra sus perseguidores y hacerse poster en la pared de todos los pibes que quieren ser Messi.


8 de julio de 2014

La construcción



Antes de marchar el equipo de Brasil rumbo al estadio....
Amó aquella vez como si fuese última
besó a su mujer como si fuese última
y a cada hijo suyo cual si fuese el único
y atravesó la calle con su paso tímido

...pero Alemania
subió a la construcción como si fuese máquina
alzó en el balcón cuatro paredes sólidas
ladrillo con ladrillo en un diseño mágico

...por eso Brasil
sus ojos embotados de cemento y lágrimas
sentóse a descansar como si fuese sábado

...así que Alemania
comió su pan con queso cual si fuese un príncipe
bebió y sollozó como si fuese un náufrago
danzó y se rió como si oyese música

...entonces Brasil
tropezó en el cielo con su paso alcohólico
y flotó por el aire cual si fuese un pájaro
y terminó en el suelo como un bulto fláccido
y agonizó en el medio del paseo público
murió a contramano entorpeciendo el tránsito

...después Alemania
amó aquella vez como si fuese el último
besó a su mujer como si fuese única
y a cada hijo suyo cual si fuese el pródigo

...mientras Brasil
atravesó la calle con su paso alcohólico
subió a la construcción como si fuese sólida
alzó en el balcón cuatro paredes mágicas
ladrillo con ladrillo en un diseño lógico
sus ojos embotados de cemento y tránsito

...y luego Alemania
sentóse a descansar como si fuese un príncipe
comió su pan con queso cual si fuese el máximo
bebió y sollozó como si fuese máquina
danzó y se rió como si fuese el próximo
y tropezó en el cielo cual si oyese música
y flotó por el aire cual si fuese sábado

...porque Brasil
terminó en el suelo como un bulto tímido
agonizó en el medio del paseo náufrago
murió a contramano entorpeciendo el público

… de nuevo Alemania
amó aquella vez como si fuese máquina
besó a su mujer como si fuese lógico
alzó en el balcón cuatro paredes flácidas
sentóse a descansar como si fuese un pájaro
y flotó en el aire cual si fuese un príncipe

...y al final, Brasil

terminó en el suelo como un bulto alcohólico
murió a contromano entorpeciendo el sábado

6 de julio de 2014

Este lunes, sin derecho de admisión

Aquí, los compañeros de El Solar de las Artes nos invitan a charlar y yo los invito a que me acompañen. 
¿La idea? Nos dicen los organizadores que es "Un ciclo de entrevistas con público, organizado por SADOP con la intención de debatir sobre el rol de los Medios de Comunicación. En esta estación junto a Daniel Dusex, estará invitado Claudio "turco" Cherep, compartiendo su trayectoria periodística, su vínculo con el campo de la cultura y su opinión sobre la realidad de los Medios santafesinos. 
Un referente local del compromiso con la verdad y la búsqueda de sentidos. Anécdotas, opiniones, emociones...un momento cálido de análisis y reflexión". Nos vemos ahí, nos tomamos un trago, como para calmar la ansiedad a la espera de las semifinales. (Con la foto que ilustra el post no me han favorecido. Pero admito que es lo que hay).



5 de julio de 2014

Saber que se puede

Recuperado Higuaín, consolidado el fondo y con una fisonomía de equipo más solida, Argentina consiguió el pase a semifinales; pero también el derecho a soñar con lo más preciado.


Sabella, el tipo más sospechado del país, empieza a demostrar que es inocente en la mayoría de las acusaciones a las que se lo somete. Declaran a su favor Pipita Higuaín, Demichelis, Biglia, Rojo y hasta Basanta o Enzo Pérez. Sabella, el que tiene 40 millones de competidores en el cargo, empieza a darle una fisonomía de equipo a esta selección en el momento en que más lo necesita. Sabella, el que supo cambiar a tiempo, encara ahora los dos encuentros que podrían ponerlo a las puertas de la gloria que ya acarició cuando fue campeón del mundo en México 86.

Ahora, ¿porqué hablar de Sabella y no del equipo? Porque justamente el equipo como tal tuvo respuestas colectivas que se llaman sistema de juego y en eso, el responsable es Sabella. Pero además, porque es un acto de estricta justicia por cómo lo castigaron con disparates tales como que "solo lleva jugadores de Estudiantes" -entre los más leves- o "le arma el equipo Máximo Kirchner", entre los dislates mayores. Tras las aclaraciones, vale el análisis del partido que pone a Argentina en semifinales por primera vez en 24 años.

Se especulaba con que Bélgica fuera el primer rival con otras aspiraciones y que esto pudiera favorecer el juego argentino. En verdad, no lo sabemos, porqué lo que obligó a salir a Bélgica fue el gol argentino. Antes, los diables rouges demostraron que no pensaban en tener la iniciativa. Después demostraron que las ideas que los tuvieron casi 20 fechas invicto, se desvanecían al calor del planteo de Argentina, el compromiso para llevarlo a cabo y la amenaza permanente que significa la atención que hay que prestarle siempre a Messi, aún cuando no haya sido el mejor partido de Lío.

A propósito de esto, el equipo dio otra muestra de espíritu colectivo. Demostró que es capaz de jugar sin la mejor versión de Lío y sin Di María. El recuerdo vale para quienes hace tres días, ante Suiza, dijeron que sin ellos esta formación no podía cruzar la calle sola. Como botón de muestra de la solidaridad expresada vale resaltar a Lavezzi, más lejos del arco rival, más cerca del overol, bien jugado por la causa, sacrificado en pos de un objetivo mayor antes que del lucimiento personal. Y de seguro mal calificado por los opinadores profesionales de las redes sociales.

Hoy no se hablará demasiado del "primer pase", ese que necesita Messi según los expertos. Tampoco se dirá mucho de "la lectura conceptual del partido", acaso porque los partidos no se leen, sino que se juegan. Quizás no se oiga sobre "atacar los espacios", porque Higuaín abrió su boca de gol para tapar todas las otras. De seguro que no se hablará del "juego aéreo" porque Garay y Demichelis ganaron siempre cuando los belgas lo adoptaron como única vía. Como canta Marziali, "palabras pa'explicar un fato que pal'vulgo no precisa explicación". 

La idea que quedó flotando es que se puede. Que el Mundial no tiene cucos y que Argentina tiene argumentos para estar donde llegó, tanto como para subir los dos peldaños que faltan. La ventaja es que las respuestas que el equipo fue dando hacia afuera, también se las dio hacia adentro, para disipar todas las dudas. La solidez, muchas veces es hija de la tranquilidad. La que transmite Sabella a pesar de los profetas del odio. La que buscarán conjugar con la felicidad perpetua dentro de muy poco. 

4 de julio de 2014

Decime qué se siente, tener en casa a tu papá

Cuando mañana la Selección Argentina juegue con Bélgica jugará en el estadio “Mané Garrincha” de Brasilia. De él algo sabemos. De Ulf, su hijo sueco que no llegó a conocer, quizás no tanto.



Hija, perdóname los sueños que me ausentan siempre,
que me llevan lejos, que abaten mi frente, que me vuelven viejo.
Hija, la vida era en serio, yo tengo la culpa por ser tan ingenuo,
creo en el amor y por él te tengo.
Hija, en un día de estos, te dirán algunos que he perdido el tiempo,
que he sido un iluso, ríete de ellos.
Rafael Amor

Siempre hace frío en Suecia, pero esta primavera de mayo es especialmente gélida. En Estocolmo y en pueblos más árticos, como este de Umea, donde el plantel de Botafogo aguarda concentrado para jugar un amistoso, el sol se pone muy tarde. Es 1959, de modo que en el país nórdico todavía resuenan los ecos del triunfo de Brasil, en la Copa del Mundo jugada allí el año anterior. La Universidad, que aún no ha cumplido una década, ha hecho al poblado muy cosmopolita para la época. Las mujeres, crisol de razas entre vikingos, invasores rusos y aventureros de toda laya, son bellas y liberales.

Los jugadores de Botafogo se aburren en el hotel pero entre ellos uno se aburre más. Pájaro al viento, enemigo del encierro, Manoel Dos Santos “Garrincha”, ha planificado una fuga nocturna. Joao Saldanha, el entrenador del equipo, no durmió al comprobar la ausencia de la joya de su equipo. El “Mané” tampoco. Caminó a la vera del río Ume, al que el sol tenue de la estación primaveral le había quitado su capa de hielo. Buscó tabernas para beber el licor que lo hacía jugar como ninguno. Así como lo perdían sus marcadores, ahora él se perdió. O se quiso perder.

El frío y la noche son un cóctel para enamorarse. O para ejercer el derecho al amor. Garrincha sabe unas pocas cosas. Sabe coser y sabe beber porque lo aprendió de niño. Y sabe amar. No conoce las calles ni lee ni escribe demasiado. De no ser porque se encontró con Bloon, quizás no hubiera podido regresar a tiempo para el partido del día siguiente. Bloon, en sueco, quiere decir flor. Y se sabe que a los pájaros libres les gusta posarse sobre las flores. Bloon entrometió entre sus cobijas al puntero derecho que jugaba bailando. Los biógrafos morbosos dicen que lo hizo a sus 19 años, en su propia casa, mientras sus padres miraban TV.


Hay un hombre de ojos negros y mirada melancólica que vende panchos en una plaza de Halmstad. Contrasta con los ojos azules y los cabellos rubios de los que pasean sin prisa y con placidez. Tiene labios carnosos y una nariz semiñata que no se condice con los de las mayorías. Ha nacido en el verano de 1960 y también sabe unas pocas cosas. No conoce a su padre ni a su madre biológicos, no sabe que ha de tener al menos una veintena de hermanos ni porqué una maldita enfermedad ósea le impidió hacer lo que más hubiera querido en la vida: jugar al fútbol. Lo que sí sabe, desde los 8 años -y han pasado ya 46- es que su padre es Garrincha.

El muchacho al que las canas le siguen perdonando el tiempo es Ulf Lindberg Henrik, el hijo de la flor y el pájaro, el fruto de aquel amor efímero como la gloria y la fortuna de su padre. Ulf fue criado en adopción por una familia de clase media. Bloon, que se ganaba la vida como camarera no tenía cómo alimentarlo. Cuando Ulf se enteró quién era su papá biológico, allá por 1967, el “Mané” iniciaba su declive futbolístico e iría a pasar buen tiempo sin conocer los resultados de aquella aventura sueca. De los cuatro hijos que tuvo el vendedor ambulante Ulf apenas uno heredó condiciones para jugar al fútbol. Pero su calidad no se le parece a la del abuelo.

Hay varios ADN que demuestran la paternidad de Garrincha. El mismo astro, enterado muchos años después de la existencia de Ulf, pudo conseguir una foto que lo sorprendió por su parecido físico. Alguna vez el destino pudo cruzarlos. Argentina iba a estar en el medio porque el encuentro debía ser durante el Mundial 78, cuando el alma de wing pensaba comentar el mundial de nuestro país para la televisión brasileña. Pero como para los entrenamientos, Garrincha era remolón y eligió algunos bares antes que cumplir con la formalidad. Ulf no pudo viajar y después su padre murió del modo que todos sabemos que murió.


En el Aeropuerto de Galeao, ahí en los suburbios de Río de Janeiro, un hombre que no se parece a ningún turista baja de un avión de una compañía sueca. Tiene 45 años y lo acompaña el pibe que quiere ser jugador como el abuelo. Hace un calor que jamás haría en Umea y lo esperan las señoras Rosangela y Marcia. Ellas tuvieron mejor suerte. Son parte de la prole de 14 hijos reconocidos por Mané y están allí para recibir a su medio hermano. Es el 2005 y han planeado ir juntos a la tumba de Garrincha, al museo que lo recuerda y a las playas de Copacabana, donde el más grande gambeteador de la historia amó a otras tres esposas y una treintena de amantes.

Ulf Lindberg se siente extraño y querido. Es el único varón que sobrevive de los tres que alumbraron las mujeres del campeón mundial. Garrinchinha y Nenem han muerto trágicamente en sendos accidentes de tránsito. Dice que pese a que hace mucho que sabe lo que no muchos saben, recién ahora se considera psicológicamente capaz de afrontar su pasado. Lloriquea abrazado a su hijo Martín y a las desconocidas que empiezan a conocerlo. Cuando el fin de semana, los Dos Santos organicen una comida que juntará a toda la descendencia, Ulf llorará mucho más y se codeará por primera vez con su verdadera identidad.

Ulf le cuenta a sus hermanas que él también tiene las piernas arqueadas. No se casó tres veces sino una. No anotó catorce hijos sino cuatro. Igualmente, para él la vida no ha sido nada fácil. En Maracaná se planta frente al busto de su viejo y en Pao Grande, el poblado de los suburbios donde nació el bautizado Manoel, aprende que Garrincha es más querido que Pelé. En la tumba de papá Ulf sabe que está ante el momento más difícil de su vida. Lo persigue una cámara que está filmando un documental sobre “el ángel de las piernas torcidas”, pero más lo persigue, aunque no conozca el tango, el pasado que vuelve a enfrentarse con su vida.


Según la revista de ESPN en Brasil, poco antes de morir el Mané concedió una entrevista en la que admitió haber tenido a Ulf, de quien conoció su nombre mucho después. La nota trascendió hace un par de años y los editores declararon que fue chequeada debidamente. Allí Garrincha no solo reconoce su paternidad, sino que dice saber que el joven juega al fútbol en Suecia y hasta se muestra complacido de que alguien lo suceda. Quizás sabe que va morir con la certeza con que desbordaba en la cancha y en las copas.

En el cementerio, Ulf -que no habla portugués- pregunta por esa placa en esa tumba casi olvidada y le dicen que dice “Aquí descansa en paz aquel que fue la alegría del pueblo”. La mirada se le humedece y lo lleva de nuevo a las calles ateridas de Umea, al orfanato en el que estuvo hasta que fue rescatado por la familia que lo crió, a la pobreza y al olvido. Abrazado a sus hermanas les dice que conocerlas fue lo mejor que le pasó en la vida. Ahora Garrincha hijo puede decir que no solo lo une a su padre un parecido físico asombroso. Ahora puede decir que él también se siente Campeón del Mundo.

*La obra que ilustra el texto es de la artista Maribel Piñera Seco
*La fuente principal de este trabajo es el documental de ESPN para Brasil
*Otras fuentes: biografía del “Angel de las piernas torcidas”, de Ruy Castro

3 de julio de 2014

El odio

Este texto fue escrito para radio hace 14 años y publicado luego en mi libro Gajos del Oficio. Lamentablemente, las últimas noticias desde el Oriente Medio lo tienen vigente. 



En la ciudad vieja de Jerusalem conviven cuatro religiones irreconciliables. Geográficamente bien cerca de la vida y de la muerte se encuentran el Muro de los Lamentos, la Mezquita de Omar y el Santo Sepulcro. A un costado, menos opulentos, los armenios no han dejado de llorar en silencio desde el epílogo de la segunda Guerra Mundial.

La mujer que logre reunir los atributos de la ciudad vieja de Jerusalem será la mujer perfecta y, como consecuencia de ello, irresistible. Allí se combinan en dosis precisas la sabiduría, la mística y la belleza. Y allí -condición que cualquier mujer sabrá envidiar- jamás transcurre el tiempo.
Hay muchos turistas de miradas que, por abarcadoras, se parecen a tontas. Hay también muchos hombres de miradas duras y mujeres de miradas gachas. Y, felizmente, hay niños.

Morochito, de mirada penetrante, con los pantalones largos arremangados hasta los tobillos, con una camisa blanca que sobra por todos lados en ese cuerpito de extremidades bien marcadas, alto para sus once años, Amín, pequeño palestino, baja presto las escalerillas de su casa con una pelota más gorda que sus brazos.
Con las piernas cruzadas en cuatro y la mano apoyada en la pared donde no existe el timbre, la piel blanca y los ojos azules de Samuel esperan el partido inminente. Como si fuera un pañuelo, el taled de Samuel sobresale del bolsillo de su camisa oscura.

Se saludan y echan a andar. No se detienen en el paisaje de casas de piedras porque viven allí. (Por curioso que resulte uno nunca se detiene a ver el paisaje que habita y suelen venir otros a descubrirlo). Caminan. Deben hablar temas de chicos. El piso también es pedregoso y acaso se apresten a jugar con pantalones largos para no percudir las rodillitas flacas. Se acompañan ahora sin conversar. Se detienen en un claro, uno de esos lugares donde los turistas no son un producto contaminante.

Con mirada cómplice, Amín deja caer la pelota y se inicia un partido; uno de esos partidos sin tiempo que solo se juegan en la infancia. Por primera vez se ríen. Descubren sus torpezas y carcajean más.
Un umbral que conduce a una casa misteriosamente sin ventilación es un arco.
Los bombazos, en el idioma de Amín y Samuel, son remates un poco más fuerte de lo que su edad podría permitir.

Los disparos, en la lengua de los chiquitos que solo quieren jugar, no son otros que chutazos de zurda o de derecha. La muerte es apenas el final del partido. ¿Posiciones adelantadas? No existen. Los tiros de esquina jamás provienen de modernos rifles kalashnikov. Tampoco la cancha está limitada para que nos malvivan de un lado y otros de otro. La cancha, cuado es en la calle, es una comarca que no se acaba en tanto haya lugares disponibles.

La cancha no es propiedad privada sino un campo para ser disfrutado por los cualquiera de cualquier parte del mundo. Y hay goles. En lenguaje ecuménico gol se dice gol. Y más risas. Y un abrazo sabio, sentido, igualador, a la usanza de los delanteros sudamericanos que triunfan en Europa y que en el ardiente oriente medio también se ven por las cadenas de televisión internacionales.
Pueden haber pasado minutos; acaso horas.


Amín y Samuel salen, corretean por las callecitas angostas, sudados, irresponsables, pateando una pelota redondamente universal rumbo a la vida; juntos. A unos pocos metros de allí, los padres de Amín y Samuel salen, corretean por la callecitas angostas, sudados, irresponsables, pateándose la cabeza como si fuera una pelota universal rumbo a la muerte; separados.  

2 de julio de 2014

Bélgica y su jugador más jugado

La historia de Jean-Marc Bosman, aquel belga que puso contra las cuerdas a todo el sistema del fútbol europeo, ha caído injustamente en el olvido. Aquí, vamos al rescate, para que la recuerdan los canosos y la conozca el piberío.  


Esas manos que tuvieron tomados del cuello a los dirigentes burócratas, las mismas que manejaron un Porsche o recorrieron siluetas de mujeres bellas, ahora empuñan copas cargadas de un alcohol berreta que suele atemperar una condena perpetua: la de haberse alzado contra la poderosa UEFA y haber puesto del revés a todo el fútbol europeo. Son las manos de Jean-Marc Bosman, el futbolista belga que resignó su carrera profesional a cambio de los derechos de sus colegas de todo el viejo continente.

Era 1990 y a sus 25 años, Jean-Marc jugaba en la primera división del Real Fútbol Club de Lieja. Hacía poco que el mundo ya no era el mismo. Había caído el muro de Berlín y la muerte de las ideologías, con apologistas como Fukuyama y teóricos pagados por las principales escuelas norteamericanas del pensamiento neoliberal, se sembraban por todo el planeta. Nacía una presunta nueva Europa que se propagandizaba como sin fronteras para todos menos algunos. Entre esos algunos estaban los futbolistas profesionales.

Bosman jugaba como volante ofensivo. Para los “diablos rojos”, tal como llaman al club de Lieja, era una promesa que no había concretado todo lo que se esperaba de él a la hora de la consolidación. Había sido una referencia en inferiores y hasta había integrado algunas selecciones nacionales en categorías menores. Cuando quiso renovar su contrato le negaron lo que pretendía ganar. Entonces decidió emigrar y logró un acuerdo con un club menor del fútbol francés: la Unión Sportive Dunkerque.

Lo que en principio sería una posibilidad de crecimiento profesional y económico para Jean-Marc se frustró en los escritorios. Los dirigentes de los clubes no acordaron el pase y, como se dice de este lado del océano, lo colgaron. Entonces el jugador presentó una demanda contra el RC Lieja, contra la Federación Belga de Fútbol y contra la mismísima UEFA, aduciendo que las normas de esas instituciones le habían impedido trabajar en otro país, algo que contrariaba cualquier ley por encima de las del fútbol.

El jugador debió esperar cinco años para que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, desde Luxemburo, le diera la razón. Los togados declararon ilegales las indemnizaciones por traspaso de futbolistas y los cupos de extranjeros para jugadores nacionales de estados miembros de la Unión Europea. Contrariamente a lo que podía suponerse, ese 15 de diciembre de 1995 se decretó el ocaso de la carrera del jugador que ya no volvería a ser contratado por ningún club, no solo de Bélgica, sino de todo el viejo continente.

El fútbol europeo cambió para siempre y la vida de Bosman también. Los equipos se convirtieron en verdaderas Torres de Babel y en los países emergentes, muchos obtuvieron la doble ciudadanía para poder jugar en la meca llamada Europa. Pero corporativamente no hubo ningún Sargento Cruz para ese Martín Fierro que debió dejar su carrera, se deprimió, se recluyó y perdió todo el dinero que había obtenido en los 6 años en los que pudo desempeñarse como un futbolista profesional, bajo las reglas del sistema.

Bosman se ganaba la vida en equipos de aficionados donde ya no le pagaban en moneda belga sino en la nueva moneda que quería dominar el mundo: el euro. Claro que los 400 o 500 que ganaba no le alcanzaban y tuvo que vender todo lo que tenía. También rompió su matrimonio y cayó en el alcoholismo, además de haber sido denunciado por ejercer violencia de género. Ahora mismo, si quiere dar una entrevista tiene que pedir autorización a la justicia y estuvo a punto se ser encarcelado tras la denuncia de su ex esposa.

Jean-Marc ha trabajado como bombero y como canchero de un estadio comunal. Un sindicato de jugadores está pensando en un encuentro a beneficio para ayudarlo, mientras sobrevive de la asistencia del estado. Mientras tanto, la selección de Bélgica, con la que Argentina jugará la chance de ir a semifinales el sábado, está integrada en buena parte por jugadores extranjeros que pudieron llegar a desarrollarse en ese país, gracias a que hace 24 años este señor pateó el hormiguero de la UEFA para que, en el mismo momento en que se alumbraba su ruina, el mundo conociera una nueva regla que lleva su nombre: la ley Bosman.

1 de julio de 2014

El potrero le ganó a la táctica

Di María, el producto del fútbol del barrio, burló el aceitado mecanismo defensivo suizo. Fue tarde, pero justo. Al que madruga lo ayudará Dios, pero los que llegan al final, al menos lo tienen al Papa.



Resenbrik se llamaba el holandés que metió el tiro en el palo en el último minuto de la final del 78. Como Romero hoy, Fillol estaba vencido. Como Argentina hoy, aquel equipo había hecho méritos para ganar y por un extraño designio la pelota no entró. Aquella vez, si perdíamos nos quedábamos sin el título. Ahora, si perdíamos nos quedábamos afuera y en la antesala de una cantinela de palos a este equipo de parte de los que siguen ahí, agazapados.

Para quienes suponían un partido sencillo, otra vez no lo fue. Y tampoco le resultó fácil a los otros favoritos: Brasil, Holanda, Alemania y Francia. Pero vale marcar aquí una diferencia. Ninguno de los rivales de los cuatro países mencionados fue tan mezquino como Suiza. Dirán que Argentina no encontró variantes para vulnerarlo. Pues yo no creo que sea tan así. Cuando uno no quiere, dos no pueden. Y el conjunto de Sabella intentó de varios modos.

Abrir el cerrojo requiere -siempre en los papeles previos- de algunas opciones posibles. Intentarlo desde afuera del área, algo que Argentina hizo sin precisión (Gago) y con mérito del arquero adversario (Di María). También se puede subir gente desde el medio o el fondo para forzar la superioridad numérica, algo que también Argentina intentó, sin la justeza debida en los últimos metros, donde Rojo y Zabaleta no se mostraron finos.

Una tercera opción es encarar mano a mano. Y también se intentó, con Messi o con Di María. Que la posibilidad de ganar llegara más tarde de lo que todos deseábamos, mucho tuvo que ver con la idea suiza de defenderse de modo imperturbable. Cuando las piernas dejaron de responder, aparecieron los espacios y el triunfo. Que haya sucedido sobre el epílogo es circunstancial. Donde otros ven un defecto, desde aquí vemos una virtud: la paciencia.

Argentina dispuso de terreno y pelota durante 100 de los 120 minutos. No es humanamente posible ser certeros todo el tiempo. En la circulación del balón, el equipo creció. En la culminación de la jugada, acaso haya que esperar la mejoría de un Higuaín desconocido. Mientras tanto, volvió a alcanzar ante un equipo que tiene a la mayoría de sus jugadores en importantes ligas de Europa y que demostró, como muchos en este Mundial, que no se puede subestimar.

¿Eso quiere decir que Argentina jugó fenómeno? Para nada. Simplemente que en estas instancias, el juego requiere de un análisis que involucre factores varios a saber: el juego mismo, el físico, la fortaleza mental o la personalidad son factores influyentes. En la conjunción de estos elementos, el cuadro de Sabella volvió a aprobar. Lucir quedará para cuando haya rivales que también se comprometan con el espectáculo.

Mientras tanto, estar entre los ocho mejores por derecho bien adquirido deberá considerarse en la dimensión merecida. Los partidos se presentan muy parejos y muchas veces, abrirlos, no depende de movimientos tácticos sino de gambeta y atrevimiento para encarar en el mano a mano. Felizmente, en Argentina todavía hay memoria genética del barro y el empedrado. En Suiza, tanto orden, a veces puede ser una debilidad.