Di María, el producto del fútbol del barrio, burló el aceitado mecanismo defensivo suizo. Fue tarde, pero justo. Al que madruga lo ayudará Dios, pero los que llegan al final, al menos lo tienen al Papa.
Resenbrik se llamaba el holandés que metió el tiro en el palo en el último minuto de la final del 78. Como Romero hoy, Fillol estaba vencido. Como Argentina hoy, aquel equipo había hecho méritos para ganar y por un extraño designio la pelota no entró. Aquella vez, si perdíamos nos quedábamos sin el título. Ahora, si perdíamos nos quedábamos afuera y en la antesala de una cantinela de palos a este equipo de parte de los que siguen ahí, agazapados.
Para quienes suponían un partido sencillo, otra vez no lo fue. Y tampoco le resultó fácil a los otros favoritos: Brasil, Holanda, Alemania y Francia. Pero vale marcar aquí una diferencia. Ninguno de los rivales de los cuatro países mencionados fue tan mezquino como Suiza. Dirán que Argentina no encontró variantes para vulnerarlo. Pues yo no creo que sea tan así. Cuando uno no quiere, dos no pueden. Y el conjunto de Sabella intentó de varios modos.
Abrir el cerrojo requiere -siempre en los papeles previos- de algunas opciones posibles. Intentarlo desde afuera del área, algo que Argentina hizo sin precisión (Gago) y con mérito del arquero adversario (Di María). También se puede subir gente desde el medio o el fondo para forzar la superioridad numérica, algo que también Argentina intentó, sin la justeza debida en los últimos metros, donde Rojo y Zabaleta no se mostraron finos.
Una tercera opción es encarar mano a mano. Y también se intentó, con Messi o con Di María. Que la posibilidad de ganar llegara más tarde de lo que todos deseábamos, mucho tuvo que ver con la idea suiza de defenderse de modo imperturbable. Cuando las piernas dejaron de responder, aparecieron los espacios y el triunfo. Que haya sucedido sobre el epílogo es circunstancial. Donde otros ven un defecto, desde aquí vemos una virtud: la paciencia.
Argentina dispuso de terreno y pelota durante 100 de los 120 minutos. No es humanamente posible ser certeros todo el tiempo. En la circulación del balón, el equipo creció. En la culminación de la jugada, acaso haya que esperar la mejoría de un Higuaín desconocido. Mientras tanto, volvió a alcanzar ante un equipo que tiene a la mayoría de sus jugadores en importantes ligas de Europa y que demostró, como muchos en este Mundial, que no se puede subestimar.
¿Eso quiere decir que Argentina jugó fenómeno? Para nada. Simplemente que en estas instancias, el juego requiere de un análisis que involucre factores varios a saber: el juego mismo, el físico, la fortaleza mental o la personalidad son factores influyentes. En la conjunción de estos elementos, el cuadro de Sabella volvió a aprobar. Lucir quedará para cuando haya rivales que también se comprometan con el espectáculo.
Mientras tanto, estar entre los ocho mejores por derecho bien adquirido deberá considerarse en la dimensión merecida. Los partidos se presentan muy parejos y muchas veces, abrirlos, no depende de movimientos tácticos sino de gambeta y atrevimiento para encarar en el mano a mano. Felizmente, en Argentina todavía hay memoria genética del barro y el empedrado. En Suiza, tanto orden, a veces puede ser una debilidad.
Ayer en Twitter nos acordábamos justo del tiro en el palo de Rensenbrinck en el 78'. Este equipo argentino parece Los Caballeros de la Angustia, la Máquina de Ríver versión 45', que dominaban ampliamente pero terminaban siempre definiendo los partidos sobre la hora. Di María vendría a ser el Chaplín Lousteau de entonces.
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