Ya eliminado el seleccionado de Uruguay
y acallados los ecos de un presunto boicot, el mordedor Luis
Suárez se devolvió al centro de la escena. Hoy pidió perdón a
través de un comunicado y dijo que nunca más volverá a morder a
nadie. Mientras Alemania construía su triunfo inexorable ante
Argelia y Francia transpiraba más de la cuenta con nigeria, el
delantero oriental retrotrajo la foto del mordisco, tan olvidable
como la eliminación de su equipo.
La sensación que dejó el affaire
de Suárez con el tal Chiellini es la de un gran exabrupto. Exabrupto
por el tipo de infracción, poco frecuente, pero más por las
repercusiones posteriores. Este cronista, populista confeso, no
obstante entiende que la idea de que la FIFA conspire contra el
paisito y, como consecuencia de ello, contra los sueños
emancipadores de la Patria Grande, a través de una sanción
exagerada, es por lo menos un disparate. U otro exabrupto.
Es cierto que la inclinación primera,
natural, de cualquier persona de bien, es ponerse en contra de la
FIFA ante cualquiera de sus fallos. Uno cree que la FIFA es como la
Sociedad Rural. Donde ellos están, si uno se planta en la vereda de
enfrente tiene un 100% de posibilidades de acertar. El tema es que
Luis Suárez ya era un mordedor serial, un discriminador xenófobo y
un infractor de consideración antes de acometer contra el zaguero
italiano.
Y entonces, aunque uno no esté con la
FIFA, tampoco será cuestión de que se ponga del lado de un tipo que
no puede estar adentro de una cancha, si periódicamente y entre gol
y gol, muerde, pega patadas voladoras o le grita negro de mierda
a los africanos. Es tan cierto que la FIFA no tiene autoridad moral
como que Suárez tampoco. Y la verdad es que Suárez, la Asociación
Uruguaya y el Pepe Mujica, saben bien que están jugando justamente
con las reglas de... la FIFA.
La idea de que los garcas de la
FIFA nos discriminan por sudacas está muchas veces desmentida por la
nacionalidad de sus miembros. Uruguay y Argentina, con Grondona como
segundo, tienen importante representación en los escritorios de
Zurich. En todo caso, la FIFA constituye una multinacional de garcas
donde no solo hay gringos de ojos azules sino que cada país aporta
su cipayo de preferencia.
Deportivamente, también convendrá
recordar que Brasil, Argentina y el propio Uruguay han salido
campeones muchas veces y en distintas épocas con una coincidencia:
siempre los dirigentes de FIFA eran tipos parecidos, más cerca del
lavado de dinero de los bancos de Ginebra que de los tupamaros
uruguayos, Los Sin Tierra de Brasil o el Movimento Obrero Organizado
de nuestro país. De modo que, el llanto deberá quedar para otra
ocasión.
Ahora vendrá, tras el arrepentimiento,
una probable reducción de la pena de Suárez. Ojalá que le atenúen
la sanción porque es desmedida, sobre todo en la idea de prohibirle
asistir a los estadios. Pero de ahí a que el presidente del país lo
reivindique, lo justifique y lo vaya a recibir al aeropuerto, hay un
trecho más largo y absolutamente discutible. Los dejo, no sea cosa
que mis amigos, más populistas que yo, me acusen de haberme vendido
al imperio.
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