17 de junio de 2014

Brasil 1950. Echále la culpa a Perón

Fue el Mundial que parió la palabra que 64 años después sigue hiriendo al fútbol brasileño: “maracanazo”. Argentina desertó y los contreras le siguen echando la culpa a ese varón argentino.


Es un clásico del relato uruguayo. Maracaná es un infierno encantador porque Brasil, el país organizador, está obteniendo la Copa del Mundo que había organizado. Los jugadores vestidos de celeste están desconcertados. Todos menos uno: Jacinto Obdulio Varela. El centrojás oriental toma la pelota entre sus manos y discute con el juez del partido. Demora. Espera que la masa se derrita al calor de la victoria parcial y deje de gritar. Con eso alcanza. Un rato después, el Ñato Ghiggia y el Pepe Schiafino dan vuelta la historia y Uruguay desata la tristeza colectiva más grande que la historia del fútbol recuerde. Hay suicidios en las tribunas y condenas perpetuas para los futbolistas del scracht.

El Mundial alumbra nuevas estrellas pero se ha privado de muchas, la mayoría argentinas. Desde hace dos años que Alfredo Di Stéfano. Pipo Rossi, Fernando Bello, Julio Cozzi, Cuila Sastre, René Pontoni, entre otros ilustres y hasta completar una nómina de 57 futbolistas, se han ido a jugar a Colombia. Otro fueron a otros países hasta estirar la lista a 100. Entre los exiliados hay un nombre fundamental dentro y fuera de la cancha: Adolfo Pedernera. El cerebro de la Máquina de River había sido el abanderado de la sindicalización de los jugadores y uno de los constructores de la histórica huelga del '48 que tuvo en vilo al fútbol argentino durante 6 meses.

Cuando se disputó el Mundial de Brasil el presidente de la AFA era Valentín Suárez. Estaba identificado con Banfield . A él le atribuyen una argumentación débil en cuando a la ausencia argentina. Según algunas fuentes Suárez -que era peronista- responsabilizó a Juan Domingo Perón por no enviar una representación nacional al campeonato del '50. Los motivos son menos sólidos. Que Perón -sabedor de la imposibilidad de contar con los mejores jugadores que se habían alejado del país- tenía miedo de perder. Y que perder no figuraba en el ideario político -ni en el deportivo- del caudillo criollo que reinvindicaba a los perdedores de siempre.

Además, la histórica huelga de jugadores fue apoyada por el peronismo con su consabida política de empoderar a los sindicatos. Víctor Lupo, en su trabajo “Historia política del deporte argentino” lo narra con precisión. Al estallar el conflicto la AFA era conducida por el justicialista Oscar Nicolini, a quien secundaba el radical racinguista Daniel Piscicelli. Estando fuera del país Nicolini, Evita citó a Piscicelli a su despacho para que solucionara el problema con el gremio de jugadores que -nacido en el '44- tenía su primer problema de fuste. Cuando el dirigente entró al despacho de Eva ella lo esperaba con Adolfo Pedernera, el líder de la huelga.

Según palabras del propio Piscicelli citadas por Lupo, la abanderada de los humildes le dijo: “Piscicelli, hay que arreglar muchas cosas ahí en la AFA. Ahí en la casa de la calle Viamonte hay una cueva de antiperonistas y usted lo sabe muy bien”. Las cosas no se arreglaron, ni siquiera al regreso de Nicolini desde Europa y los jugadores terminaron por marcharse. Colombia resultó beneficiada por la medida. En Bogotá, en Cali, en Medellín y en otras ciudades, los más grandes futbolistas argentinos, y algunos de los más grandes de todos los tiempos, silenciosamente empezaron a plantar algunas semillas que luego germinarían en los nombres de los Valderrama, los Asprilla o los Rincón.

Sin embargo, conviene buscar las causas del faltazo argentino en el '50 un poco más atrás. Cuando se inició la disputa mundialista, la FIFA planteó una alternacia entre América y Europa que no iba a cumplir. En el '30 se disputó en Uruguay, ganaron los locales y Argentina, que ya era una potencia, obtuvo el segundo lugar. En el '34 la copa fue al viejo mundo y nuestra representación no llevó a los profesionales, de modo que apenas disputó un partido y volvió a casa, con futbolistas del interior que viajaron en barco. Pero en el '38 la FIFA debía devolverle la sede a América y no lo hizo, sino que se la otorgó a Francia. Argentina tenía la palabra que iría a ser la organizadora y se sintió defraudada, de modo que no asistió. Tras la interrupción por la Guerra, la copa volvió al cono sur... pero a Brasil. De ahí el enojo diplomático deportivo que derivó en una nueva deserción.

El enojo de proporciones no fue solamente con la FIFA, sino también con Brasil. En términos deportivos, Argentina tenía equipo como para ganar la Copa, inclusive sin sus principales jugadores. Había obtenido los sudamericanos desde el '45 al '47 ininterrumpidamente y le había ganado a la verdeamarelha con claridad incluso unos meses antes del mundial. Pero evidentemente en los escritorios la cosa era distinta. El peronismo llegó a romper relaciones diplomáticas con el gobierno de Gaspar Dutra y solo la reanudaría cuando accediera al poder el recordado Getulio Vargas, con quien el propio Perón tenía una relación afectiva más cercana.

En el mundial siguiente, en Suiza, Argentina, que seguía dominando el escenario sudamericano y que ya había dejado atrás el conflicto de los jugadores tampoco asistió. El fútbol nacional tenía ya nuevas figuras, de modo que hubiera sido imposible volver a atribuir el faltazo al miedo a perder que tenía Perón. El enojo del General todavía duraba. Para los contreras solo se trataba de julepe. Quizás por eso un año después se envalentonaron y le bombardearon la plaza. Pero eso es un capítulo que no tiene nada que ver con el fútbol.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario