Fue el Mundial que parió la palabra
que 64 años después sigue hiriendo al fútbol brasileño:
“maracanazo”. Argentina desertó y los contreras le siguen
echando la culpa a ese varón argentino.
Es un clásico del relato
uruguayo. Maracaná es un infierno encantador porque Brasil, el país
organizador, está obteniendo la Copa del Mundo que había
organizado. Los jugadores vestidos de celeste están desconcertados.
Todos menos uno: Jacinto Obdulio Varela. El centrojás
oriental toma la pelota entre sus manos y discute con el juez del
partido. Demora. Espera que la masa se derrita al calor de la
victoria parcial y deje de gritar. Con eso alcanza. Un rato después,
el Ñato Ghiggia y el Pepe Schiafino dan vuelta la
historia y Uruguay desata la tristeza colectiva más grande que la
historia del fútbol recuerde. Hay suicidios en las tribunas y
condenas perpetuas para los futbolistas del scracht.
El Mundial alumbra nuevas estrellas
pero se ha privado de muchas, la mayoría argentinas. Desde hace dos
años que Alfredo Di Stéfano. Pipo Rossi, Fernando Bello,
Julio Cozzi, Cuila Sastre, René Pontoni, entre otros ilustres
y hasta completar una nómina de 57 futbolistas, se han ido a jugar a
Colombia. Otro fueron a otros países hasta estirar la lista a 100.
Entre los exiliados hay un nombre fundamental dentro y fuera de la
cancha: Adolfo Pedernera. El cerebro de la Máquina de River
había sido el abanderado de la sindicalización de los jugadores y
uno de los constructores de la histórica huelga del '48 que tuvo en
vilo al fútbol argentino durante 6 meses.
Cuando se disputó el Mundial de Brasil
el presidente de la AFA era Valentín Suárez. Estaba identificado
con Banfield . A él le atribuyen una argumentación débil en cuando
a la ausencia argentina. Según algunas fuentes Suárez -que era
peronista- responsabilizó a Juan Domingo Perón por no enviar una
representación nacional al campeonato del '50. Los motivos son menos
sólidos. Que Perón -sabedor de la imposibilidad de contar con los
mejores jugadores que se habían alejado del país- tenía miedo de
perder. Y que perder no figuraba en el ideario político -ni en el
deportivo- del caudillo criollo que reinvindicaba a los perdedores de
siempre.
Además, la histórica huelga de
jugadores fue apoyada por el peronismo con su consabida política de
empoderar a los sindicatos. Víctor Lupo, en su trabajo “Historia
política del deporte argentino” lo narra con precisión. Al
estallar el conflicto la AFA era conducida por el justicialista Oscar
Nicolini, a quien secundaba el radical racinguista Daniel Piscicelli.
Estando fuera del país Nicolini, Evita citó a Piscicelli a su
despacho para que solucionara el problema con el gremio de jugadores
que -nacido en el '44- tenía su primer problema de fuste. Cuando el
dirigente entró al despacho de Eva ella lo esperaba con Adolfo
Pedernera, el líder de la huelga.
Según palabras del propio Piscicelli
citadas por Lupo, la abanderada de los humildes le dijo: “Piscicelli,
hay que arreglar muchas cosas ahí en la AFA. Ahí en la casa de la
calle Viamonte hay una cueva de antiperonistas y usted lo sabe muy
bien”. Las cosas no se arreglaron, ni siquiera al regreso de
Nicolini desde Europa y los jugadores terminaron por marcharse.
Colombia resultó beneficiada por la medida. En Bogotá, en Cali, en
Medellín y en otras ciudades, los más grandes futbolistas
argentinos, y algunos de los más grandes de todos los tiempos,
silenciosamente empezaron a plantar algunas semillas que luego
germinarían en los nombres de los Valderrama, los Asprilla o los
Rincón.
Sin embargo, conviene buscar las causas
del faltazo argentino en el '50 un poco más atrás. Cuando se inició
la disputa mundialista, la FIFA planteó una alternacia entre América
y Europa que no iba a cumplir. En el '30 se disputó en Uruguay,
ganaron los locales y Argentina, que ya era una potencia, obtuvo el
segundo lugar. En el '34 la copa fue al viejo mundo y nuestra
representación no llevó a los profesionales, de modo que apenas
disputó un partido y volvió a casa, con futbolistas del interior
que viajaron en barco. Pero en el '38 la FIFA debía devolverle la
sede a América y no lo hizo, sino que se la otorgó a Francia.
Argentina tenía la palabra que iría a ser la organizadora y se
sintió defraudada, de modo que no asistió. Tras la interrupción
por la Guerra, la copa volvió al cono sur... pero a Brasil. De ahí
el enojo diplomático deportivo que derivó en una nueva deserción.
El enojo de proporciones no fue
solamente con la FIFA, sino también con Brasil. En términos
deportivos, Argentina tenía equipo como para ganar la Copa,
inclusive sin sus principales jugadores. Había obtenido los
sudamericanos desde el '45 al '47 ininterrumpidamente y le había
ganado a la verdeamarelha con claridad incluso unos meses
antes del mundial. Pero evidentemente en los escritorios la cosa era
distinta. El peronismo llegó a romper relaciones diplomáticas con
el gobierno de Gaspar Dutra y solo la reanudaría cuando accediera al
poder el recordado Getulio Vargas, con quien el propio Perón tenía
una relación afectiva más cercana.
En el mundial siguiente, en Suiza,
Argentina, que seguía dominando el escenario sudamericano y que ya
había dejado atrás el conflicto de los jugadores tampoco asistió.
El fútbol nacional tenía ya nuevas figuras, de modo que hubiera
sido imposible volver a atribuir el faltazo al miedo a perder que
tenía Perón. El enojo del General todavía duraba. Para los
contreras solo se trataba de julepe. Quizás por eso un año
después se envalentonaron y le bombardearon la plaza. Pero eso es un
capítulo que no tiene nada que ver con el fútbol.
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