28 de junio de 2014

Chile y la sangre de Lautaro

La estadística dirá que Chile perdió con Brasil por penales y, otra vez, quedó afuera en los octavos de final de una Copa del Mundo. Pero solo será la estadística. La historia dirá otra cosa


Lautaro tenía 22 años. Un lanzazo del ejército conquistador comandado por Francisco de Villagra lo atravesó en el pecho. Hacía 10 años que en la Batalla de Reinohuelén, en 1536, aunque niño, lo habían tomado prisionero. Los mapuches como Lautaro, pobladores de Chili, en su lengua original, temían a los hombres blindados de Valdivia y Almagro. Los españoles tomaron al jovencito para que atendiera los caballos y los acompañara en las batallas. Yanacona le decían a quien le confiaban una tarea que solo era para valientes.

Gary Medel está desgarrado y se arroja, todo su cuerpo al aire, para despejar el peligo al córner. Alexis Sánchez se arremanga los pantalones cortos y los estira todo lo que puede, como a sus músculos, para soportar los calambres. Arturo Vidal aguanta 87 minutos al límite de sus posibilidades. De ancestros conquistados, ahora son ellos los que salen a conquistar una gloria que demandará 120 minutos y una agonía de lanzazos diferentes a los que recibió Lautaro, que llaman penales.

Lautaro ahora tiene 18 años y cree que debe escapar porque él ha nacido para ser libre. De sus captores ha aprendido las tácticas de la guerra. Sabe cómo manejar las armas y, como un Tsun Zé de la montaña, aprendió a elegir cuál es el mejor lugar para librar la batalla. Conoce cuándo y donde emboscar al enemigo y monta como nadie los caballos que él supo cuidar. El gobernador que lo tuvo rehén sabrá experimentar en carne propia lo que aprendió su mejor alumno: en 1553 Lautaro lo derrota y lo mata.

Chile -ya no Chili- juega como en el patio de Los Andes en un terreno con 68 mil brasileños gritándole en el rostro. Como Lautaro, ha aprendido de tácticas y domina a su adversario con cinco defensores bien dispuestos, con volantes escalonados para anular a Neymar y con una rebeldía solo comparable a la de aquel cautivo que decidió por quien vivir y para qué morir. Brasil está confundido. Duda por sus limitaciones y más duda porque es inducido por los chilenos, que convirtieron en una fortaleza mental el hecho de que muchos los consideraran inferiores.

Lautaro es considerado inferior, como la selección de Chile. Igual la emprende, con unos pocos hombres que pudo recolectar, unos mapuches, otros picunches, contra cuanto español se le cruza en el camino. Villagra lo espera y lo sorprende. No le da chance de pelear. Lo asesina dormido. Lautaro muere para que nazca la leyenda del pueblo mapuche, respondón y reivindicador; inclaudicable y memorioso.

Chile y Brasil van a los penales. Chile cae de pie, para parir un nuevo tiempo en el fútbol del país de los mapuches. Alexis, Medel, Arturo, tienen los rostros y la sangre de Lautaro. Se les nota. Ellos también han decidido morir lanzeados a 12 pasos para que nazca la la leyenda de un fuego sagrado que será difícil de apagar. A los matadores de Lautaro, como a esta selección de Brasil, pocos lo recordarán. Lautaro, como estos bravos hombres de Sampaoli ya están en el mejor sitio que puede caberle a un hombre: la historia.

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