Aunque hiera nuestro sentimiento
anti-imperalista, el progreso del fútbol de Estados Unidos ya es una
realidad mundialista. Aquí, unas puntas para saber como se produjo
un hecho no casual, que lejos está de ser un fallo arbitrario del
juez Griesa.
Cerca de Flashing Meadow, en la
inabarcable Queens,
veintidós esforzados futbolistas aficionados dan vida a un picado
parecido a los nuestros. Las tribunas del complejo
deportivo donde en dos meses comenzará una nueva edición del US
Open
hacen de visera y dejan una sombra piadosa sobre el césped prolijo
donde el partido no cesa. Es calor de verano. Mientras en Europa se
juega la Copa del Mundo de Francia 1998, en Nueva York se habla del
tenis que vendrá. Además, un poco más allá planean construir un
estadio para 42.000 espectadores para que jueguen los “Mets”, uno
de los equipos populares de béisbol.
Pese
a que Estados Unidos ha organizado una Copa del Mundo cuatro años
antes, no parece sencillo que “los americanos” se enamoren del
fútbol. Resultadistas de fuste, los números que llegan desde
Francia no son alentadores. Tres jugados, tres perdidos. Con
Alemania, con Yugoslavia y, con un enemigo de los que a menudo “ataca
América”: Irán. Hasta este Mundial brasileño, los yanquis
han participado en nueve. La cifra no es para despreciar si se la
compara con la perfomance de otros países futbolísticamente
emergentes, pero no resulta atractiva para quienes han nacido solo
para ganar.
En
el partidito del parque, con un césped que muchos estadios
sudamericanos envidiarían, están en el descanso. Los protagonistas
hablan en distintos idiomas. La mayoría en español. Son
-mayormente- inmigrantes bolivianos y colombianos. También hay
europeos de los países del este. Coinciden en que no tienen
prejuicios en jugar con los neoyorquinos pero que son los
neoyorquinos los que no quieren jugar al fútbol. La generación de
Alexis Lalas, el vikingo de la selección nacional, no ha sido
suficiente para inocular el virus del fútbol. Las estrellas
mundiales en la Liga son un negocio lejano y las modificaciones
reglamentarias para sumar más goles desvirtúan la cosa.
De
todas maneras, hay quienes no se inmutan y confían en que el trabajo
subterráneo dará sus frutos más temprano que tarde. El país que
arrodilla al mundo toda vez que se le antoja, el que te indica que
tenés que comer, donde tenés que dormir, cómo tenés que vestirte,
qué tenés que leer y cúanto de televisión tenés que mirar por
día, ¿cómo no va a poder instalar la idea de que jugar al fútbol
está bueno y que -sobretodo- te puede hacer ganar mucho dinero? En
esta línea de pensamiento entran, por ejemplo, los que llevan
adelante desde el año '79 el Programa de Desarrollo Olímpico para
el Fútbol Juvenil en los Estados Unidos.
Cuando
el equipo norteamericano de fútbol se presentó en los Juegos de
Pekín de 2008 donde Argentina se quedó con el título, apenas uno
de los 18 jugadores no era hijo de ese programa de reclutamiento de
talentos que estaba cerca de cumplir 30 años y que para muchos,
inclusive norteamericanos, es desconocido. Pero justamente estas tres
décadas, que para algunos son virtud, son vistas por otros como un
déficit. Por eso también, desde 2007, se creó un Sistema de
Desarrollo Académico que incluye 80 clubes de todo el país y que
tiende a la captación de talentos que puedan nutrir al equipo que
ahora dirige el alemán Jurgen Klinsmann.
Sin
embargo, contrariamente a lo que se pudiera suponer en un país que
tiene 315 millones de habitantes, la posibilidad para detectar y
potenciar talentos futbolísticos no es sencilla. En términos
sarmientinos, “el mal es la extensión”. Sucede que entre tantos
habitantes y ante una geografía tan vasta, los recursos para lograr
el objetivo nunca alcanzan y la impaciencia, tan capitalista, suele
ganarse entre los que le enrostran a la inversión haber fracasado
sistemáticamente en las competencias de juveniles, olímpiadas y
torneos de mayor, con asiduidad y sin que las peran maduren
Las
dificultades que el fútbol quiere torcer tampoco están exentas de
prejuicios. Sino, vale preguntarle a Jack Kemp. Ex pre candidato a la
presidencia por el Partido Republicano, el hombre se despachó a
gusto:“se
debe hacer una distinción entre el football
americano,
que es democrático y capitalista, mientras que el fútbol es un
deporte europeo y socialista.”
Franklin Foer, autor del libro “Cómo explica el fútbol el mundo:
una extraña teoría de la globalización”, además de desnudar a
Kemp también afirma pragmático en una de sus páginas: “El
fútbol es uno de los grandes negocios del mundo. Los jugadores se
compran y se venden a precios tremendos; los derechos de televisión
para transmitir los partidos cuestan miles de millones de dólares;
todas las grandes marcas mundiales quieren agregar su nombre a este
fenómeno. Esto, desde cierto punto de vista, es una oportunidad que
Estados Unidos debe aprovechar con ambición”.
Quizás cuando Kemps empiece a observar algunos números, empiece a pensar diferente. Según una estadística que cita el diario chileno La Tercera, “Fanatics,com” -la minorista de merchandainsing que más vende en el mundo- ha vendido más ropa de fútbol en Estados Unidos en los primeos días de la Copa del Mundo 2014 que durante todo el torneo de 2010. También sucedió que en el partido ante Ghana, donde los yanquis convirtieron el gol más rápido en la historia de los mundiales, la cadena ESPN subió el rating tanto que a poco estuvo de igualar el que en enero había alcanzado la definición del fútbol americano universitario, en enero.
Quizás cuando Kemps empiece a observar algunos números, empiece a pensar diferente. Según una estadística que cita el diario chileno La Tercera, “Fanatics,com” -la minorista de merchandainsing que más vende en el mundo- ha vendido más ropa de fútbol en Estados Unidos en los primeos días de la Copa del Mundo 2014 que durante todo el torneo de 2010. También sucedió que en el partido ante Ghana, donde los yanquis convirtieron el gol más rápido en la historia de los mundiales, la cadena ESPN subió el rating tanto que a poco estuvo de igualar el que en enero había alcanzado la definición del fútbol americano universitario, en enero.
Así,
entre tanto enemigo interno, conviene recordar que los resultados,
no siempre amigos de la realidad, nos demuestran que en verdad,
Estados Unidos no para de progresar. Comprende mejor el juego, se
planta de igual a igual contra equipos a los que antes no hubiera
podido enfrentar ni con marines y tiene algunos valores -veteranos y
no tanto- que se las traen: el moreno Timothy Chandler, el pelado
Michael Bradley y el mejor: Clint Dempsey. Quizás ellos sin saberlo
sean el producto de los que empezaron a pensar en fútbol hace ya 40
años, lejos de las luces del Cosmos de Pelé. Por ahora les alcanza
por hacer crecer el interés por el juego por los parques de Flushing
Meadow, donde ahora también juegan pibes neoyorquinos. Enamorarse
será para después, cuando empiecen a ganar. Aunque uno no quisiera
estar para verlo.
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