Marine Le Pene -hija de tigre- gana
escanios para la extrema derecha gala con los argumentos de siempre:
ajuste y expulsión de los extranjeros. Pero cuidado, no sea cosa que
se queden sin equipo.
París es una fiesta. Hay muchos
franceses pálidos de ojos azules que frente al Arco del Triunfo, al
pie de la Torre Eiffel o en los elegantes restaurantes de los Champs
Élysées festejan cantando la Marsellesa. La alegría solo ha podido
ser posible gracias a un grupo de hombres que no son franceses, que
tienen ojos oscuros como la piel y que no saben cantar la Marsellesa.
En el Stade de France esos muchachos desatan un festejo más alocado
-menos francés- con sus torsos desnudos y la bandera de cada una de
las patrias que sienten propias, tras conquistar la primera Copa del
Mundo para Francia en 1998. Jean Marie Le Pen, el candidato de la
extrema derecha, se queja en los medios de comunicación por esos 17
jugadores -de los 23 del plantel- que no solo no son franceses, sino
que la mayoría son negros.
En la desigual Francia de Chirac viven
africanos que no pudieron ser Desailly o Vieyra, los baluartes del
sistema defensivo. Venden baratijas y moran en los suburbios,
amontonados en departamentos, sospechados por la policía y propensos
a las trifulcas callejeras donde siempre la ley les guarda la peor
parte. Pero festejan también. Acaso sienten más propios al argelino
Zinedine Zidane, al ghanés Bernard Lama, al caledonio Karembeu o al
armenio Dyorkaeff. Y puede que tengan razón. Lilian Thuran tiene el
tupé de dedicarle el triunfo a su abuelo, porque murió peleando por
la independencia de la Isla de Guadalupe que es... una colonia de
Francia. La extrema derecha vuelve a irritarse pero no puede
azotarlo. Ahora es un futbolista galo campeón del mundo, no como
esos otros vendedores ambulantes, portacaras, no-franceses.
El pasado domingo 25 de mayo, 18 días
antes del inicio del Mundial, Marine Le Pen ganó las elecciones
europeas con el 25% de los sufragios. La segunda minoría quedó
constituida por la Unión por una Mayoría Popular, un espacio
político que solo puede estar al centro si es que a la derecha hay
un Le Pen. La hija del viejo Jean Marie también está preocupada por
la ola de inmigrantes que le quitan la comida y el trabajo a los
franceses de verdad. “Que se aplique la política de los franceses,
para los franceses y con los franceses”, bramó unos minutos
después de conocer el resultado del escrutinio. Fue un tiro por
elevación para la conducción de la zona Euro, pero todos sabemos
bien de qué habla cuando dice “los franceses”.
Igualmente, la blonda Marine deberá
tomar nota del equipo que busca reeditar el triunfo conseguido
aquella vez en París. Mamadou Sakho es hijo de senegaleses, lo mismo
que Bacari Sagna y Patrice Evra, que también llegó desde ese país
del norte de África. Eliaquim Mangala nació en el Congo, Paul Pogba
es hijo de guineanos y Moussa Sissoko es de Malí. También están
los angoleños Río Mavuva y Blaise Matuidi, sin olvidarnos del
tunecino Loic Remy y el argelino Karim Benzema que -por las dudas ya
lo aclaró- ni piensa cantar la Marsellesa. Al menos está también
Rémy Cabella, que no será puro pero no es negro, sino de ancestros
italianos.
Esta vez Francia no tiene un equipo que
le permita soñar con repetir el lauro parisino de 1998. Lo que
continúa indenme es el discurso fascista de sus principales
referentes políticos. Lilian Thuram, el elegante defensa y autor del
libro “Mis estrellas negras” lo definió mejor que nadie “Nací
en Guadalupe y cuando llegué a París, con nueve años, vi unos
dibujos animados en los que aparecían dos vacas: una negra, muy
estúpida; y una blanca, muy inteligente. Mis compañeros me llamaban
Noiret. Le pregunté sobre ello a mi madre. y me dijo: ‘Es así,
son racistas’. Luego, tuve la suerte de que me explicaran lo que es
el racismo. Se necesita superar el sentido de culpabilidad”.
Quizás Marine y su papá no se hayan detenido ni un minuto en leer
un libro escrito por un negro.
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