Este artículo no será para hablar mal
de la posesión del balón, sino para cuestionar a los que se pasan
el tiempo -y el mundial- hablando de posesión del balón. Estos no
poseen, sino que son posesos. O poseídos. Aclarado. Vamos.
Desde que la tecnología ha incorporado
la posibilidad de medir la posesión del balón, cientos de
academicistas del fútbol analizan los partidos desde un punto
de partida tan dudoso como la medición misma. Pretenden que los
merecimientos de un equipo u otro se deben exclusivamente a cuánto
tiempo tuvo el balón y, como consecuencia de ello, cuánto no lo
tuvo su rival. Está claro que tener la pelota es imprescindible para
atacar y el mejor modo de defender. Pero no todo es cuestión de
computadoras, aunque se enojen mis amigos fanáticos de la play.
Coincidimos en que hay que tener la
pelota. Ahora, vale la pena discutir la calidad de la tenencia. ¿Es
lo mismo disponer del balón en el propio campo que en el ajeno? ¿Es
igual la posesión tirando al arco que sin tirar ni una sola vez?
Desde luego que no. Hoy inclusive es factible medir cuántos
kilómetros corre un jugador durante un partido. Claro que no hay
computadora capaz de decirnos cuánto ha corrido ese muchacho siendo
útil al equipo y cuánto ha corrido al pedo. El prejuicio nos
dice que en general, suele pasar que el que más corre no siempre es
el que mejor juega.
Ahora, volviendo a la posesión, a los
posesos de la estadística y a los poseídos por la PC, vale
compartir una anécdota. Cierta vez un conocido me convidó con una
visita en su casa. Lo encontré en la calle. Andaba en un auto
sencillo que no recuerdo. Acaso haya sido un Duna o algo así.
Quedamos para otro día y cuando llegué a la cita, detrás de una
cortina de lona que cubría un garage luminoso resplandecía un auto
importado, de esos que uno solo había visto en las películas. Nada
que ver con el usaba todos los días. Era descapotable, como los que
usan los actores exitosos de las películas Clase B de los yanquis
para pasear rubias operadas de los labios y las tetas.
No me gustan demasiado los autos. Igual
le hice un cumplido pero mi desamor fierrero me impide recordar que
coche era. Brillaba, eso seguro. ¿Un Audi? ¿Un BMW? Quizás. Lo que
jamás pude olvidar es el argumento del poseedor del vehículo.
“Nunca lo saqué a la calle. Nunca. Lo tengo para mí, porque me
gusta coleccionarlos. Pero no lo saco jamás. Solo le prendo el motor
cada tanto, porque gasta mucho. Y lo lustro -se notaba que sí,
pensé- lo lustro todos los días”. No pude comprobar otros
detalles porque enseguida me llevó a un jardín donde esperaban unos
mates humeantes. Pero sí pude saber que estaba frente a un
miserable.
¿A qué viene esto? Sencillo. Se puede
ostentar la posesión de la pelota e igual ser un miserable,
como este aprendiz de coleccionista. ¿Para qué poseerla? ¿Quién la posee y cómo? ¿Para donde la poseemos? ¿En qué sector del campo la poseemos mejor? ¿La poseemos sin saber qué es lo que haremos con ella? Tenerla sin disfrutar de ser
profundos cuando el partido lo requiere, sin medir cuando va la pausa
y cuando se asume el riesgo es onanismo futbolístico puro.
Y un detalle. En este
Mundial, como en todos, pero también en cualquier partido que se
juegue en el barrio, no hay ninguna computadora que nos pueda decir
cuando gambetear, cuando tirar; cuando acelerar, cuando frenar;
cuando pasar, cuando dar pase; cuando girar, cuando parar; cuando retroceder, cuando adelantar. De eso se encargarán siempre los
jugadores, que seguro no hablan de estadísticas de posesión en el vestuario. Si no creen, preguntenlé a Pirlo.
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