16 de junio de 2014

Posesión del balón o blá blá blá

Este artículo no será para hablar mal de la posesión del balón, sino para cuestionar a los que se pasan el tiempo -y el mundial- hablando de posesión del balón. Estos no poseen, sino que son posesos. O poseídos. Aclarado. Vamos.


Desde que la tecnología ha incorporado la posibilidad de medir la posesión del balón, cientos de academicistas del fútbol analizan los partidos desde un punto de partida tan dudoso como la medición misma. Pretenden que los merecimientos de un equipo u otro se deben exclusivamente a cuánto tiempo tuvo el balón y, como consecuencia de ello, cuánto no lo tuvo su rival. Está claro que tener la pelota es imprescindible para atacar y el mejor modo de defender. Pero no todo es cuestión de computadoras, aunque se enojen mis amigos fanáticos de la play.

Coincidimos en que hay que tener la pelota. Ahora, vale la pena discutir la calidad de la tenencia. ¿Es lo mismo disponer del balón en el propio campo que en el ajeno? ¿Es igual la posesión tirando al arco que sin tirar ni una sola vez? Desde luego que no. Hoy inclusive es factible medir cuántos kilómetros corre un jugador durante un partido. Claro que no hay computadora capaz de decirnos cuánto ha corrido ese muchacho siendo útil al equipo y cuánto ha corrido al pedo. El prejuicio nos dice que en general, suele pasar que el que más corre no siempre es el que mejor juega.


Ahora, volviendo a la posesión, a los posesos de la estadística y a los poseídos por la PC, vale compartir una anécdota. Cierta vez un conocido me convidó con una visita en su casa. Lo encontré en la calle. Andaba en un auto sencillo que no recuerdo. Acaso haya sido un Duna o algo así. Quedamos para otro día y cuando llegué a la cita, detrás de una cortina de lona que cubría un garage luminoso resplandecía un auto importado, de esos que uno solo había visto en las películas. Nada que ver con el usaba todos los días. Era descapotable, como los que usan los actores exitosos de las películas Clase B de los yanquis para pasear rubias operadas de los labios y las tetas.

No me gustan demasiado los autos. Igual le hice un cumplido pero mi desamor fierrero me impide recordar que coche era. Brillaba, eso seguro. ¿Un Audi? ¿Un BMW? Quizás. Lo que jamás pude olvidar es el argumento del poseedor del vehículo. “Nunca lo saqué a la calle. Nunca. Lo tengo para mí, porque me gusta coleccionarlos. Pero no lo saco jamás. Solo le prendo el motor cada tanto, porque gasta mucho. Y lo lustro -se notaba que sí, pensé- lo lustro todos los días”. No pude comprobar otros detalles porque enseguida me llevó a un jardín donde esperaban unos mates humeantes. Pero sí pude saber que estaba frente a un miserable.

¿A qué viene esto? Sencillo. Se puede ostentar la posesión de la pelota e igual ser un miserable, como este aprendiz de coleccionista. ¿Para qué poseerla? ¿Quién la posee y cómo? ¿Para donde la poseemos? ¿En qué sector del campo la poseemos mejor? ¿La poseemos sin saber qué es lo que haremos con ella? Tenerla sin disfrutar de ser profundos cuando el partido lo requiere, sin medir cuando va la pausa y cuando se asume el riesgo es onanismo futbolístico puro. 

Y un detalle. En este Mundial, como en todos, pero también en cualquier partido que se juegue en el barrio, no hay ninguna computadora que nos pueda decir cuando gambetear, cuando tirar; cuando acelerar, cuando frenar; cuando pasar, cuando dar pase; cuando girar, cuando parar; cuando retroceder, cuando adelantar. De eso se encargarán siempre los jugadores, que seguro no hablan de estadísticas de posesión en el vestuario. Si no creen, preguntenlé a Pirlo.

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